20210730

Cuando el Papa Francisco guarda prudente silencio

El Papa continúa un delicado trabajo de mediación que inició Benedicto XVI y que implica años de esfuerzos que la Iglesia hace para establecer diálogos que disminuyan el sufrimiento del pueblo.

Adolfo Miranda Sáenz


 
Algunos se sorprenden de que, ante la situación de Cuba, el Papa Francisco no se pronuncie condenando claramente al gobierno cubano. Sería muy fácil para el Papa decir un par de frases de condena y ganarse el aplauso de mucha gente. Pero algunos desconocen que si el Papa lo hiciera estaría arruinando un intenso y delicado trabajo de mediación que inició Benedicto XVI y que implica muchos años de esfuerzos que la Iglesia viene haciendo con perseverancia para establecer diálogos que eliminen o al menos disminuyan significativamente el sufrimiento del pueblo cubano. El Papa Francisco no es un político; es un humilde y santo pastor puesto por Dios para cuidar de sus ovejas y lo hace en silencio, discretamente, para obtener resultados efectivos. Está obligado a ser prudente y soportar la incomprensión.
 
Benedicto XVI inició y Francisco continuó una mediación entre Cuba y Estados Unidos con reuniones secretas en Canadá que culminaron en los acuerdos de 2014 que luego Trump anuló y que ahora Biden quiere retomar con importantes modificaciones y con los aportes del exilio cubano. La política del embargo que por sesenta años implementa Estados Unidos no ha logrado cambiar en nada la dictadura comunista de Cuba y solo ha servido para que los dictadores la usen de pretexto para los catastróficos resultados de la economía cubana debidos al fracaso del sistema socioeconómico comunista. Pero, además, el sufrimiento del pueblo cubano por la falta de alimentos, medicinas y otros bienes y servicios básicos no se solucionan con las políticas, hasta ahora fracasadas, de Estados Unidos. Por lo cual Benedicto XVI inició un proceso para que mediante un diálogo entre sus gobiernos Cuba y Estados Unidos lleguen a acuerdos poniendo el sufrimiento del pueblo cubano como tema prioritario, no solo para mejorar su situación de miseria económica, sino en cuanto a sus derechos humanos y libertades públicas.  
 
Jesucristo nos enseña que ante cualquier situación difícil o complicada debemos procurar la paz y privilegiar el diálogo. (cf. Mt 5,9.23-24; 18,15-17). El Concilio Vaticano II declaró que la Iglesia en virtud de su misión y naturaleza, no está ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a sistema alguno político, económico y social. Por esta universalidad, puede constituir vínculos entre las diferentes naciones y comunidades, y ayudar a superar desavenencias. (cf. Gaudium et Spes, 42). El Papa Francisco afirma que el diálogo persistente y valiente ayuda al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podemos darnos cuenta. La Iglesia aporta su experiencia de dos mil años y conserva siempre en la memoria las vidas y sufrimientos de los seres humanos; proclama el Evangelio de la paz (cf. Ef 2,14.6,15) y está abierta a la colaboración con todas las autoridades nacionales e internacionales para cuidar este bien universal tan grande. (cf. Fratelli Tutti, n. 198-202).
 
Desde siglos atrás la Iglesia ha intervenido para frenar la violencia. La Santa Sede fue la primera en establecer una representación en otros países a través de los nuncios (prácticamente representantes del Papa) que han facilitado a la Iglesia utilizar el diálogo para resolver los problemas. Por eso no es extraño que en medio de tantos  conflictos los papas se hayan convertido en la última instancia de solución. La Iglesia no representa un poder político sino un poder simbólico que hace que su capacidad de mediación sea muy grande.
 
En la historia reciente, el Papa Pío XI a través de diferentes nuncios en Alemania salvó de la muerte a 500.000 judíos durante el nazismo. El estadista ruso Mijaíl Gorbachov, que recibió el Premio Nobel de la Paz por impulsar la transformación de la Europa comunista en democrática y poner fin a la “guerra fría”, reconoció que la intervención de Juan Pablo II fue decisiva para poner fin al comunismo europeo con su mediación en la transformación de Polonia. Otra disputa en la que fue útil la intervención del Papa fue en el conflicto entre Argentina y Chile al borde de una guerra por el canal de Beagle; la mediación de Juan Pablo II condujo a la firma del Tratado de Paz y Amistad de 1984, que solucionó el conflicto.

Además del caso de Cuba, el Papa Francisco viene trabajando sobre Venezuela incansablemente desde 2016. Sabemos —y lo hemos visto— que el Papa Francisco tiene también presente a Nicaragua informándose por medio de los obispos y comunicándose con el gobierno a través del Nuncio. Siempre está dispuesto a ayudar para el bien de nuestro país. Mediar no es fácil para el Papa. Es frecuentemente incomprendido y hay retrocesos, fracasos, incumplimientos…  Pero él siempre persevera paciente e insistentemente.