¿QUIÉN FUE JUAN XXIII?

Adolfo Miranda Sáenz 
  
La Iglesia católica canonizó dos nuevos santos: los papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Este último es bien conocido, recordado y querido, pero pocos conocen a Juan XXIII, quizá porque en nuestra memoria de personas mayores de 60 años aparece muy lejano; en su época éramos niños o muy jóvenes, y los jóvenes de hoy ni lo conocieron ni han oído hablar de él. Pero Juan XXIII fue uno de los más grandes papas de la Historia de la Iglesia (para algunos el más grande después de San Pedro), llamado el “Papa Bueno” por su
inmensa bondad y admirable santidad. Su humildad fue acompañada de una gran inteligencia y su sencillez de corazón no le impidió desarrollar dotes diplomáticas y emprender monumentales obras como el “revolucionario” Concilio Ecuménico Vaticano II, congregando a todos los obispos católicos del mundo para realizar la mayor renovación de la Iglesia en quinientos años y quizá desde su fundación por Jesucristo, acercándola más al espíritu que se vivía en la Iglesia primitiva en tiempos de los apóstoles. 

Angelo Giuseppe Roncalli nació en 1881, hijo de sencillos campesinos italianos. Por su destacada inteligencia y su carácter bondadoso sobresalió como seminarista, sacerdote y obispo. Presidió la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe, fue Delegado Apostólico en Bulgaria, Turquía y Grecia, permitiéndole entrar en contacto con la Iglesia Ortodoxa y con el islam, que lo enriquecieron con una amplitud de miras de la cual la Iglesia Católica se beneficiaría después.

Durante la Segunda Guerra Mundial realizó innumerables viajes desde Atenas y Estambul a distintos frentes de guerra, llevando palabras de consuelo a las víctimas y haciendo inmensos esfuerzos de paz.  Atenas no fue bombardeada ni fue destruido su fabuloso legado artístico y cultural gracias a sus incansables e insistentes gestiones diplomáticas. Esa virtud mediadora fue clave posteriormente, cuando recién electo papa, Juan XXIII estuvo “pegado” al teléfono mediando día y noche entre Nikita Khruschev (URSS) y John F. Kennedy (EE.UU.) durante la “crisis de los misiles en Cuba” que puso al mundo al borde de una Tercera Guerra Mundial que hubiera devastado al planeta. El cardenal Angelo Roncalli fue también Nuncio en París y luego Patriarca de Venecia.


Cuando murió Pío XII había una fuerte división entre los cardenales ultraconservadores y quienes querían un papa abierto a hacer reformas. Cuando se convencieron de que ningún grupo lograría los votos necesarios se pusieron de acuerdo en elegir al anciano y bonachón cardenal gordito y simpático -pero con prestigio- que seguramente no viviría mucho y no haría nada importante. Eligieron al Patriarca de Venecia, el cardenal Angelo Roncalli. ¡No se imaginaron el bendito “terremoto” que tal elección iba a causar! ¡El Espíritu Santo inspiró su elección, sin duda!

Roncalli, electo en 1958 como el papa Juan XXIII (en honor al apóstol Juan), desde los primeros días de su pontificado comenzó a comportarse como nadie esperaba, muy lejos de las poses rígidas y la solemne actitud de sus inmediatos predecesores.Sus predecesores vivían encerrados, inaccesibles e invisibles, dentro de los muros del Vaticano; a diferencia de ellos, como obispo de Roma visitaba personalmente las parroquias de su diócesis. A los dos meses visitó a los niños en los hospitales Espíritu Santo y Niño Jesús; al día siguiente fue a visitar a los prisioneros de la cárcel “Regina Coeli”. Su primer enfrentamiento –de muchos- con la poderosa Curia Romana lo tuvo al reducir los salarios y las altas sumas para gastos que recibían los cardenales y monseñores que formaban la burocracia del Vaticano. En cambio, dignificó las condiciones laborales de los trabajadores de la Santa Sede, que carecían de los derechos de los trabajadores de Europa además de tener muy bajos salarios. Un día los reunió y les dijo, aludiendo a su obesidad: “Como tendrán que trabajar para un papa que pesa el doble del anterior, van a ganar el doble del salario”. También sorprendió cuando por primera vez en la historia nombró cardenales hindúes y africanos, un japonés, un filipino, un venezolano y un mexicano.

Recién electo papa, Juan XXIII invitó a cenar en el Vaticano a sus hermanos y sobrinos, hombres, mujeres y niños campesinos alegres, que irrumpieron con risas y conversaciones bulliciosas –con la algarabía típica de campesinos italianos- en el Palacio Apostólico, ante la incredulidad y estupefacción de cardenales y monseñores de la Curia Romana, escandalizados por semejante “irreverencia” contra el acostumbrado rígido protocolo papal. El sentido del humor del Papa Bueno era proverbial; una vez los periodistas le preguntaron: “Santidad, ¿cuántas personas trabajan en el Vaticano?”  “Calculo que como la mitad”, respondió. 

En 1962 el papa Roncalli abrió el Concilio Ecuménico Vaticano II, que cambiaría el rostro de la Iglesia Católica con una nueva visión teológica más amplia y actualizada, una nueva concepción de la misión de la Iglesia, un diferente acercamiento al mundo moderno.Para entender las inmensas dimensiones de las reformas de este concilio, recordemos que la liturgia católica no había sido reformada desde el Concilio de Trento en 1570, con todos los ritos en latín (la misa en latín, con el celebrante de espaldas al pueblo, no la entendía casi nadie y muchos rezaban el rosario o novenas mientras el sacerdote celebraba, debiendo las mujeres llevar la cabeza cubierta, y ningún laico podía participar de la liturgia más que como expectador, ni siquiera como lector). Existía una liturgia muy alejada del pueblo que así no “vivía” realmente los sacramentos sino más bien los “presenciaba” como actos misteriosos y lejanos. Ese vacío tanto de la Biblia como de los sacramentos los llenaba el pueblo con rosarios, novenas, procesiones y otras devociones populares que les suplían lo que la vida sacramental y la Palabra de Dios -a la que no tenían acceso- no les daba.

Durante 400 años tampoco se había avanzado en los necesarios cambios de la vieja teología del Concilio de Trento, en un mundo en que el pensamiento humano había evolucionado mucho y la ciencia había aportado, en cuatro siglos, nuevos conocimientos que hacían obsoletas varias concepciones medievales que subsistían en la Iglesia. La concepción de un Dios castigador, que vivía "eternamente enojado", que se complacía en que los pecadores se torturasen con terribles penitencias –a veces torturas horribles y repugnantes- y dispuesto a mandar desde el Cielo castigos terribles desatando su enojo (un Dios más propio del Antiguo testamento cuando la revelación divina no se había completado en Jesucristo), se sustituyó por la verdadera imagen del Padre amoroso –tal como lo enseñó Jesús- misericordioso y clemente. Cambiaron conceptos como el obsesivo aborrecimiento a todo lo relacionado con la sexualidad humana. En fin, fueron muchas las transformaciones que el concilio produjo, imposible de resumirlas aquí pues fue realmente una reforma monumental que –medio siglo después- todavía no se implementan totalmente.El Papa Francisco por eso se lamenta: "No se ha cumplidio con todo lo del Concilio".

Entre los cambios más importantes está haber puesto la Biblia en manos del pueblo (antes su libre lectura era prohibida para que el pueblo “no se confundiera”); se permitió la interpretación bíblica histórica-crítica y no literal o fundamentalista, pues la Biblia no fue escrita para trasmitirnos conocimientos científicos, ni exactitudes históricas, ni otras ciencias humanas, sino "el plan de Dios para la humanidad" escrito en el lenguaje, estilos, conocimientos, cultura y limitaciones de la época de sus diferentes escritores materiales (¿cómo seguir diciendo que es verdad porque es "palabra de Dios" que el sol se "detuvo" para que Josué ganara una batalla, cuando por la ciencia ya se sabía que el sol no "avanza" sino que es la Tierra la que gira alrededor del sol?). También se destacó la opción preferencial por los pobres; el papa se transformó más en pastor que en monarca; y se le dio su verdadero valor a los laicos como miembros importantes de la Iglesia (que ya no sería sinónimo del clero, sino del Pueblo de Dios, o sea que la Iglesia somos "todos los bautizados").

El Papa Bueno indicó que la Iglesia debía renovarse para hacerla capaz de transmitir el Evangelio en los nuevos tiempos; una puesta al día, un “aggiornamento”, como él dijo; buscar los caminos de unidad de los cristianos (los otros cristianos ahora serían nuestros “hermanos separados” y ya no unos “condenados como
herejes”); eliminó la alusión en la litúrgia al “perverso pueblo judío” más bien destacándolo como “un pueblo bendito, escogido por Dios, y nuestros hermanos mayores como antecesores de la Iglesia en la Primera Alianza”. Destacó la importancia de buscar lo bueno de los nuevos tiempos y establecer un diálogo con el mundo moderno centrándose primero "en lo que nos une y no en lo que nos separa". Dijo que iba a “abrir las ventanas para que entre aire fresco en la Iglesia”, ¡y lo hizo! El concilio fue necesario y monumental, y sus disposiciones se han ido implementando, aunque lentamente, todavía con sectores muy conservadores que hacen contrapeso para su completa implementación, lo cual debemos los católicos humildemente reconocer, pues tenemos esa tarea pendiente.

Juan XXIII murió en 1963. Fue papa menos de cinco años –como lo imaginaron los cardenales electores- pero en menos de cinco años hizo reformas que no se hacían en 500 años. Además del refrescante concilio reformó el obsoleto Derecho Canónico; sus encíclicas “Madre y Maestra” y “Paz en la Tierra” nos señalan el papel de la Iglesia católica en el mundo actual. Sin embargo, como mencionaba, claramente lo ha dicho el papa Francisco: "No se ha cumplidio con todo lo del Concilio". Cumplirlo es un deseo profundo y una meta de nuestro amado papa Francisco, quien encarna vivamente el espíritu renovador del monumental San Juan XXIII, un gran reformador y un gran santo. ¡Uno de los más grandes papas de la Historia de la Iglesia! (Para mí, sin menospreciar y honrar a otros grandes papas como San Juan Pablo II o Pablo VI, Juan XXIII es el más grande después de San Pedro... y hoy lo sigue de cerca el Papa Francisco).