
¿Qué pruebas hay de la resurrección?
Adolfo Miranda Sáenz
Los
cristianos creemos que Jesús resucitó. La resurrección de Cristo da
sentido a nuestra fe en que Jesús de Nazaret es Dios hecho hombre y que
después de morir en la Cruz para redimirnos de nuestros pecados resucitó
glorioso como Señor del Universo. La resurrección da sentido a la Cruz
donde él pagó por nuestras culpas para que también resucitemos a la vida
eterna en su reino, tanto los que creemos en él como también toda la
gente buena, como aquellos que sin conocerlo adecuadamente viven
conforme la ley de Dios escrita por Dios en todos los corazones (Romanos
2.15). Pero si Jesús no resucitó todo esto sería falso: Jesucristo no
sería Dios hecho hombre, su muerte en la Cruz no tendría un valor de
salvación y no existiría la resurrección ni la vida eterna. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque muera, vivirá.” (Juan 11.25). Por eso San Pablo escribió: "Si Cristo no resucitó nuestra predicación es inútil y la fe de ustedes no tiene sentido.” (1 Corintios 15.14).
Algunos
dicen que la resurrección de Jesucristo es un mito. Sin embargo los
textos del Nuevo Testamento que afirman que lo vieron resucitado se
empezaron a escribir alrededor del año 50, habiendo sido crucificado
alrededor del año 30, por lo que había transcurrido muy poco tiempo -20
años- para que se desarrollara un mito, ya que muchos testigos oculares
de los eventos -cristianos, judíos y romanos- todavía vivían y podían
dar testimonio de lo que realmente pasó. Algunos de esos textos los
tenemos en los siguientes capítulos del Nuevo Testamento: Evangelio de
Mateo (28), Marcos (16), Lucas (24), Juan (20 y 21); el libro de los
Hechos de los Apóstoles escrito por Lucas (4, 17 y 26); las cartas de
Pablo: a los Romanos (6, 10 y 14), la Primera Carta a los Corintios
(15), a los Efesios (4), la Segunda Carta a los Tesalonicenses (1 y 4), a
los Filipenses (3), la Primera Carta a Timoteo (3); la Primera Carta
de Pedro a toda la Iglesia (3 y 4), entre otros.
En
el momento de la muerte de Jesús los discípulos se dispersaron;
consideraron que su Maestro había fracasado o era un falso Mesías (falso
Cristo); dieron el caso por cerrado y su misión fracasada. Se fueron a
sus casas y a sus pueblos, tristes, decepcionados y con sensación de
derrota. Por su parte, los principales entre los discípulos, los
apóstoles, también se encerraron con miedo a que las autoridades judías o
romanas los apresaran o mataran. Pero muy pronto vemos a esas mismas
personas proclamar unánimes que Jesús está vivo; enfrentar por ese
testimonio procesos, persecuciones y finalmente, uno tras otro, el
despojo de todas sus pertenencias, cárcel, torturas y muerte. ¿Qué pudo haber producido un cambio tan radical más que la certeza de que Jesús verdaderamente había resucitado?
No podían estar engañados porque muchos de ellos lo habían visto y
habían hablado y departido con él después de su resurrección; además la
mayoría eran hombres rudos, ajenos a ilusionarse fácilmente. Ellos
mismos dudaron al principio y opusieron no poca resistencia a creer.
Tampoco pueden haber engañado a los demás, porque si Jesús no hubiera
resucitado hubiesen sido fácilmente desenmascarados dado el interés que
tenían las autoridades judías en ese caso.
Sobre
esto hay abundantes testimonios en los citados textos del Nuevo
Testamento y de varios otros autores cristianos. San Pablo incluso dice
que lo vieron más de 500 personas a la vez (1 Corintios 15.6). Pero como
algunos consideran tales textos “parte del mito”, recurramos a historiadores paganos que corroboran que los primeros cristianos daban la vida por seguir al Señor resucitado, entre otros historiadores no cristianos que refieren ese hecho están Plinio el Joven (62-114) en el Libro X de sus Cartas al emperador Trajano; el historiador Tácito (año 120) que redactó los Anales desde la muerte de Augusto hasta la caída de Nerón; Suetonio (año 128), autor de La Vida de los XII Césares; Luciano de Samosata (antes del 200); Celso, de quien se conoce su obra, La Verdadera Palabra, contra los cristianos; y Porfirio (año 303) con su Adversus Christianos.

¿Por qué los primeros cristianos iban a someterse a torturas y muerte por afirmar la resurrección de Cristo si no estuvieran absolutamente seguros de eso?
Ellos no "inventaron" tal cosa pues no tendría sentido dar la vida por
una mentira que no les reportaba ningún beneficio. Ser cristiano no era
agradable desde una perspectiva meramente humana, al contrario, eran
despreciados, perseguidos y llevados a la muerte. ¿Qué ganarían con
decir y sostener esa mentira? ¡Afirmar la resurrección de Jesús los
sometía a persecusiones,
cárcel, torturas y muerte, no solo a cada uno sino a sus familias, a
sus seres más queridos, inclusive a sus hijos pequeños. Si no estuvieran absolutamente convencidos no lo hubiesen afirmado; tenían una convicción muy grande como para dar su vida y la de sus seres queridos pasando por grandes sufrimientos.
Esa
convicción sobre la resurrección de Jesús solo pudo darse por haberlo
visto con sus propios ojos o porque quiénes les testimoniaron haberlo
visto merecieran su total credibilidad al punto de morir por creerles;
esos predicadores tenían que haber sido personas de un testimonio de
vida excelente, de gran coherencia y seriedad, auténticos santos, y que
además ellos mismos estuvieran dispuestos a morir -como en efecto
murieron- por afirmar haber visto a Cristo resucitado. Tampoco tiene
sentido pensar que se trató de la alucinación de unos locos o
fanáticos, pues no fueron tres o cinco personas, sino que fueron muchos los testigos de "la primera generación" de cristianos que vieron resucitado al Señor. Solamente
los apóstoles fueron trece (incluyendo a Matías que sustituyó a Judas
Iscariote y posteriormente Pablo) y junto a ellos muchísimos más. No es
lógico pensar que tantos "alucinaron".
Ellos
sufrieron primero bajo las autoridades judías, principalmente del Sumo
Sacerdote y del Sanedrín, y después por el Imperio Romano a partir del
año 64 bajo Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio,
Septimio, Severo, Maximino, Tracio, Decio, Valeriano, Aureliano y
Diocleciano. Incluso algunos fueron encarcelados y muertos fuera de los
dominios de Roma. Sufrieron cárcel, despojo de sus bienes, tortura y
muerte por lapidación (a pedradas), crucifixión, decapitación o por
espada. Muchos murieron en las fauces de los leones en el circo romano. Los
primeros mártires vieron ellos personalmente a Jesús resucitado y luego
otros dieron sus vidas porque creyeron a quienes lo vieron considerando
su testimonio plenamente confiable pues lo sellaron con su sangre.
¿Acaso este hecho no es suficiente prueba de la resurrección de Cristo?
Universalmente se reconoce que el testimonio de dos o tres testigos confiables constituye una prueba suficiente de cualquier hecho.
Sobre la resurrección de Jesús hay muchos testigos confiables: los
mártires que dieron su vida por afirmarlo. Estaban seguros de ello y por
decirlo con plena convicción sufrieron despojo, cárcel y muerte
dolorosa. ¡No podrían ser más confiables! “Mártir” en griego significa
“testigo”.
¿Qué fue de aquellos más cercanos a Jesucristo, a quienes él constituyó como sus apóstoles (enviados) para proclamar al mundo su
Evangelio (la buena noticia, la doctrina del amor) y ser testigos de su
muerte y resurrección? Ciertamente cumplieron su misión: fueron por
todas partes donde en aquel entonces fuese posible ir, proclamaron el
Evangelio, dieron testimonio de la resurrección de Jesucristo,
organizaron las primeras congregaciones o iglesias locales, y por eso
todos, absolutamente todos, fueron martirizados. Varios escritores de
la iglesia primitiva (Clemente Romano, Pedro de Alejandría, Orígenes,
Eusebio de Cesarea) narran que Pedro murió en Roma crucificado cabeza abajo por mandato de Nerón en el circo de la Colina Vaticana. En cuanto a Pablo, varios testimonios como el de Clemente Romano señalan que fue decapitado en la vía Laurentina de Roma. Sobre el menor de los apóstoles, Juan,
señala Papías, obispo de Hierápolis, que fue muerto por los judíos en
Éfeso (Turquía) después de regresar de la isla de Patmos donde estando
prisionero escribió su Evangelio.
A Santiago (hijo de Zebedeo) lo mataron en Jerusalén a filo de espada por orden de Herodes, según relata el libro de los Hechos (12.1-3). Andrés fue crucificado en una cruz en forma de X en Acaya (Grecia). En cuanto a Bartolomé, fue desollado vivo por Astiages, rey de Armenia. Tomás sufrió martirio en la India. Mateo predicó en Judea donde escribió su Evangelio hacia el año 80 y después se marchó a Etiopía donde fue martirizado.

Sobre Santiago (hijo de Alfeo) el historiador judío Flavio Josefo (no cristiano) dice: “Ananías era
un saduceo sin alma; convocó astutamente al Sanedrín en el momento
propicio pues el procurador Festo había fallecido y el sucesor, Albino,
todavía no había tomado posesión. Hizo entonces que el Sanedrín juzgase a Santiago, pariente de Jesús llamado Cristo y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la Ley y los entregó para que fueran lapidados .”
A Judas Tadeo le aplastaron y le partieron la cabeza en Babilonia (Irak). Felipe fue lapidado y luego crucificado por los romanos en Hierápolis (Turquía). A Simón el Zelote lo partieron con una sierra en Persia (Irán). El historiador griego Nicéforo Calixto refiere que: “Matías,
que sustituyó a Judas Iscariote, desembarcó en Etiopía y después de
haber llevado multitudes a Cristo, con valor recibió la corona del
martirio”.
Además de los mencionados apóstoles hay una muchedumbre de mártires; el primero de un incontable número fue el diácono Esteban,
muerto por lapidación como se narra en el libro de los Hechos
(7.54-60). ¿Cómo no creer en quienes sellaron con su sangre lo que
predicaban? Ellos no eran seguidores de las doctrinas de un muerto, sino que eran seguidores de una persona viva: Jesucristo. Y por creerlo y afirmarlo los mataban.
No
existe ningún otro hecho histórico probado con tantos testimonios, ni
testigos tan creíbles como estos cuyo testimonio lo sellaron con su
sangre.
Jesús dijo a Santo Tomás: “Porque has visto has creído; dichosos los que crean sin haber visto.” (Juan 20.29).
¡El Señor ha Resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! ¡ALELUYA!