Los que se arrepienten obtienen el perdón de Dios y van al grupo de las almas que lo contemplan, pero las que no se arrepienten y por lo tanto no pueden ser perdonadas, "desaparecen".
Adolfo Miranda Sáenz
Antes se creía que solo los católicos nos salvábamos, pero San Juan XXIII y San Pablo VI aclararon que toda persona buena y sincera puede salvarse, independientemente de su fe, por su rectitud de vida y según su conciencia. Antes creíamos que los niños que morían sin bautizarse no podían ir al Cielo, pero Benedicto XVI aclaró que “el Limbo no existe”, y que todos los niños que fallecen, bautizados o no, van al Cielo.
Que ahora el Papa Francisco, que es el Sumo Pontífice de la Iglesia, haga una aclaración, aunque sea en "un comentario informal", no es nada extraño. De hecho, lo hizo sobre un tema del que ya casi nadie habla porque casi nadie cree ahora en el viejo enfoque que se le daba al infierno. Ya no se amenaza, como en otros tiempos, con las llamas ardientes del fuego de un infierno cuyo sufrimiento horrible duraría toda la eternidad. ¿Podemos imaginarnos lo que es "toda la eternidad"? Millones de millones de milenios sufriendo una tortura comparable con estar quemándose vivo. ¡Inimaginable tortura que supera toda crueldad! ¡Es que no cabe en la cabeza que un Dios que es amor hubiera creado o permitido tal castigo!
El Papa Francisco ha dicho al director del diario “La República”, de Roma, en una conversación informal, que los que se arrepienten obtienen el perdón de Dios y van al grupo de las almas que lo contemplan, pero las que no se arrepienten y por lo tanto no pueden ser perdonadas, desaparecen. O sea, que el infierno no es “un sufrimiento eterno”, sino “disolverse en la nada", dejar de existir, no gozar de la vida eterna en la plena felicidad infinita del Cielo, o sea, que es la “muerte eterna” —como lo revela La Sagrada Biblia—, o "desaparecer para siempre". Algo que implica un profundo sufrimiento, pues antes de "morir para siempre" el que opta por condenarse tendrá plena conciencia de lo que es el Reino de Dios y de lo que se perderá eternamente, de lo que no podrá disfrutar jamás pues el que se condena va a "desaparecer".
Antes se creía que solo los católicos nos salvábamos, pero San Juan XXIII y San Pablo VI aclararon que toda persona buena y sincera puede salvarse, independientemente de su fe, por su rectitud de vida y según su conciencia. Antes creíamos que los niños que morían sin bautizarse no podían ir al Cielo, pero Benedicto XVI aclaró que “el Limbo no existe”, y que todos los niños que fallecen, bautizados o no, van al Cielo.
Antes creíamos que existía “un lugar” llamado Infierno y otro "Purgatorio"; pero San Juan Pablo II
aclaró que no existen tales “lugares”, que el infierno es “una situación”, que consiste en "separarse de Dios" y que incluso podemos vivir en este mundo en un infierno. También aclaró San Juan Pablo II que no hay un lugar llamado Purgatorio, sino que es una "situación de las almas que se purifican". Benedicto XVI agregó que el Purgatorio "no es un lugar de sufrimiento", de llamas que castigan, sino que es es parte de la "experiencia interior del hombre en su camino hacia la eternidad" y en ese sentido es un "fuego" interno. Como esas, hay varias cosas en las que antes creíamos y que el Magisterio de la Iglesia ha ido aclarando.
Que ahora el Papa Francisco, que es el Sumo Pontífice de la Iglesia, haga una aclaración, aunque sea en "un comentario informal", no es nada extraño. De hecho, lo hizo sobre un tema del que ya casi nadie habla porque casi nadie cree ahora en el viejo enfoque que se le daba al infierno. Ya no se amenaza, como en otros tiempos, con las llamas ardientes del fuego de un infierno cuyo sufrimiento horrible duraría toda la eternidad. ¿Podemos imaginarnos lo que es "toda la eternidad"? Millones de millones de milenios sufriendo una tortura comparable con estar quemándose vivo. ¡Inimaginable tortura que supera toda crueldad! ¡Es que no cabe en la cabeza que un Dios que es amor hubiera creado o permitido tal castigo!
El Papa Francisco ha dicho al director del diario “La República”, de Roma, en una conversación informal, que los que se arrepienten obtienen el perdón de Dios y van al grupo de las almas que lo contemplan, pero las que no se arrepienten y por lo tanto no pueden ser perdonadas, desaparecen. O sea, que el infierno no es “un sufrimiento eterno”, sino “disolverse en la nada", dejar de existir, no gozar de la vida eterna en la plena felicidad infinita del Cielo, o sea, que es la “muerte eterna” —como lo revela La Sagrada Biblia—, o "desaparecer para siempre". Algo que implica un profundo sufrimiento, pues antes de "morir para siempre" el que opta por condenarse tendrá plena conciencia de lo que es el Reino de Dios y de lo que se perderá eternamente, de lo que no podrá disfrutar jamás pues el que se condena va a "desaparecer".
La Oficina de Prensa
del Vaticano no negó que el Papa haya hecho esta aclaración —contrario a lo que algunos afirman—. Simplemente la vocería vaticana explicó que lo reproducido en el periódico no fueron las "palabras exactas" del
Papa, pues no fue una entrevista grabada; pero lo importante no son las "palabras exactas” que haya usado el Papa, sino el concepto que aclaró. El concepto del Papa sobre el infierno no fue negado por la Oficina de Prensa. El infierno como muerte eterna, como desaparecer, y no como un tormento eterno, no fue negado, sino tácitamente confirmado en el comunicado vaticano al no negar que el Santo Padre así lo afirmara. Un infierno
concebido como “sufrimiento por toda la eternidad”, no existe.
¡Nada de que escandalizarse! ¿Cambian las
verdades de fe? ¡Por supuesto que no! Pero sí cambia la forma de entenderlas. Así lo dijo Benedicto XVI en el libro "La Sal de la Tierra", que las verdades de fe pueden siempre verse y entenderse mejor, de una forma diferente sin cambiar en lo esencial. El Catecismo (No. 94), citando la Constitución Dogmática “Gaudium et Spes” (No. 62),
enseña que las verdades de fe van siendo "mejor comprendidas" a través del
tiempo, tanto en sus palabras como en sus realidades, y para eso existe el
Magisterio de la Iglesia asistido del Espíritu Santo, para guiarnos en esa mejor comprensión de la verdad.
La aclaración del Papa Francisco, aunque no sea una declaración "oficial", es sumamente importante y esclarecedora, pues no lo dijo cualquiera, es la opinión nada menos que del Papa, del Vicario de Cristo en la Tierra. Y la recibo con especial alegría, como millones de católicos, porque yo, que quiero seguir tratando de ser un buen católico, siempre he dudado que Dios, que es amor infinito, hubiese podido crear un castigo tan terrible con dimensiones para toda la eternidad. Es decir, yo rechazaba en mi mente y mi corazón ese infierno y confiaba en que alguna aclaración habría, tarde o temprano, desde el magisterio de la Iglesia. ¡Y la hubo!
Gracias a Dios el Papa Francisco lo aclaró, aunque no fuera aclarado mediante fórmulas, estilos o documentos "oficiales", ni guardando un "protocolo oficial"; pero lo aclaró como su opinión... y es ¡la opinión del Papa, nada menos! Y así abrió las puertas de la Iglesia a muchos que se fueron o que no entraban porque la creencia en un castigo horroroso por toda la eternidad, es una idea que repugna y era un obstáculo para creer en un Dios que es amor. Y por supuesto que, de paso, se termina con la creencia en un purgatorio donde las almas "se queman a fuego lento temporalmente", para ahora entenderlo mejor, como una etapa de preparación y purificación, pero no de tortura ni sufrimiento, excepto —quizá— por la espera para entrar cuanto antes al Reino de los Cielos. Una concepción del Purgatorio ya anticipada en palabras de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI, como expresamos al comienzo de este artículo.
Pero, ¿niega el Papa Francisco un dogma o una doctrina importante de la Iglesia? No. Al contrario; su aclaración concuerda exactamente con lo dicho por la Sagrada Biblia y, además, con los documentos que son las Constituciones Dogmáticas emanadas del Concilio Vaticano II, en particular la Constitución Dogmática "Gaudium et Spes" (Gozo y Esperanza).
La aclaración del Papa Francisco, aunque no sea una declaración "oficial", es sumamente importante y esclarecedora, pues no lo dijo cualquiera, es la opinión nada menos que del Papa, del Vicario de Cristo en la Tierra. Y la recibo con especial alegría, como millones de católicos, porque yo, que quiero seguir tratando de ser un buen católico, siempre he dudado que Dios, que es amor infinito, hubiese podido crear un castigo tan terrible con dimensiones para toda la eternidad. Es decir, yo rechazaba en mi mente y mi corazón ese infierno y confiaba en que alguna aclaración habría, tarde o temprano, desde el magisterio de la Iglesia. ¡Y la hubo!
Gracias a Dios el Papa Francisco lo aclaró, aunque no fuera aclarado mediante fórmulas, estilos o documentos "oficiales", ni guardando un "protocolo oficial"; pero lo aclaró como su opinión... y es ¡la opinión del Papa, nada menos! Y así abrió las puertas de la Iglesia a muchos que se fueron o que no entraban porque la creencia en un castigo horroroso por toda la eternidad, es una idea que repugna y era un obstáculo para creer en un Dios que es amor. Y por supuesto que, de paso, se termina con la creencia en un purgatorio donde las almas "se queman a fuego lento temporalmente", para ahora entenderlo mejor, como una etapa de preparación y purificación, pero no de tortura ni sufrimiento, excepto —quizá— por la espera para entrar cuanto antes al Reino de los Cielos. Una concepción del Purgatorio ya anticipada en palabras de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI, como expresamos al comienzo de este artículo.
Pero, ¿niega el Papa Francisco un dogma o una doctrina importante de la Iglesia? No. Al contrario; su aclaración concuerda exactamente con lo dicho por la Sagrada Biblia y, además, con los documentos que son las Constituciones Dogmáticas emanadas del Concilio Vaticano II, en particular la Constitución Dogmática "Gaudium et Spes" (Gozo y Esperanza).
Debemos reconocer que los católicos, por una costumbre centenaria, hemos asumido más el Infierno y el Purgatorio de la obra literaria "La Divina Comedia", tal como los imaginó y describió el poeta italiano Dante Alighieri entre 1304 y 1321, en lugar de lo escrito en la Palabra de Dios y en los documentos del Concilio Vaticano II, donde los Papas San Juan XXIII y San Pablo VI, con los aportes y el consenso de obispos de todo el mundo reunidos en Roma, se refieren a nuestras verdades fundamentales en las Constituciones Dogmáticas y otros importantes documentos. Es decir, creíamos, por la costumbre popular, en el Infierno, el Purgatorio y el Cielo de la imagnación de Dante, y no de la revelación de Dios.
Nuestra fe católica nos enseña que Dios nos creó
para vivir felices eternamente, pero debido al pecado perdimos ese derecho: “No
comas ese fruto (pecado) porque morirás” (Génesis 2,17). Pero Jesús, al morir
en lugar nuestro y resucitar, ha vencido a la muerte y hecho posible nuestra
salvación: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo
aquel que en él crea no muera, sino que tenga vida eterna” (Juan 3,16). Jesús
nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera,
vivirá” (Juan 11,25). San Pablo aclara: “El pago del pecado es la muerte, pero
el don de Dios es la vida eterna unidos con Cristo Jesús, Nuestro Señor” (Romanos
6,23).
Algunos habremos pensado que por el pecado hay una muerte del cuerpo,
pero no del alma, la cual seguiría sufriendo horriblemente toda la eternidad.
Pero el Apocalipsis nos enseña que después de la resurrección de los muertos y del
juicio final, los condenados serán arrojados al “lago de fuego” que es “la
muerte segunda”. (Apocalipsis 20,14 y 15; 21,8)
Algunas versiones de la Biblia traducen como
“infierno” las palabras “sheol” (hebreo) y “hades” (griego), que significan "sepultura" o "lugar de los muertos"; pero traducen también como “infierno” el nombre “Gehenna”,
que es algo muy distinto. Jesús habló de la condenación comparándola con el
Gehenna, un valle donde los cananeos sacrificaban niños al dios Moloch,
quemándolos vivos; una práctica que fue proscrita por los judíos,
dándole ese nombre (Gehenna) al basurero de la ciudad donde se incineraban la basura y los
cadáveres de animales y criminales.
Como en todo basurero, había fuego
permanente (que no se apagaba), y todo lo arrojado allí se quemaba. Jesús usó el Gehena para explicar
la condenación. El significado de Gehena es el mismo que el del “lago de fuego”
del Apocalipsis, donde irán los que no quisieron salvarse, llamándolo
“muerte segunda”. Las dos expresiones, de manera figurada, se refieren a la muerte
eterna, sin posibilidad de resurrección. O como dijo el Papa Francisco "disolverse", hacerse nada. Dijo Jesús: “No teman a los que matan
el cuerpo, pero no pueden matar el alma, teman a los que pueden "destruir" (griego: apólumi) alma y cuerpo en el infierno (Gehena)” (Mateo 10,28).
La Biblia nos presenta una disyuntiva entre vida
eterna y muerte eterna. El Magisterio de la Iglesia en la “Gaudium et Spes”
(Nos. 18-22), nos presenta también esa disyuntiva entre “vida eterna” en el Cielo y la
“muerte eterna” que es el infierno (no otra “vida eterna” en un infierno). Es vida o muerte. Toda la Biblia, la Tradición Apostólica y el magisterio de la Iglesia coinciden en abundantes textos en que la disyuntiva es vida o muerte. Vida para siempre o muerte para siempre, vida eterna o muerte eterna. Otros textos no establecen una verdad diferente. Se utilizan símbolos, imágenes, parábolas, recursos literarios para dar una explicación de lo que se sufre al saber que se ha perdido la vida eterna. Lo
dicho por el Papa Francisco no contradice ninguna verdad de fe, solo la aclara.
¿Sufren los condenados? Por supuesto. Es parte de su justo castigo. La parábola de Lázaro y el rico (que popularmente se le llama Epulón) es una ilustración, un símbolo, un recurso de Jesús para expresarnos el sufrimiento del alma de quien sabe que está condenado a la muerte eterna después de la resurrección y el juicio final, frente al gozo de quienes estaban en "el seno de Abrahan" donde estaban los muertos que se salvarían esperaban la muerte y resurrección de Cristo para poder gozar de la vida eterna en el Reino de Dios. Jesús fue a ese "lugar de los muertos" a liberarlos y por eso rezamos en el Credo que "descendió a los Infiernos".
¿Sufren los condenados? Por supuesto. Es parte de su justo castigo. La parábola de Lázaro y el rico (que popularmente se le llama Epulón) es una ilustración, un símbolo, un recurso de Jesús para expresarnos el sufrimiento del alma de quien sabe que está condenado a la muerte eterna después de la resurrección y el juicio final, frente al gozo de quienes estaban en "el seno de Abrahan" donde estaban los muertos que se salvarían esperaban la muerte y resurrección de Cristo para poder gozar de la vida eterna en el Reino de Dios. Jesús fue a ese "lugar de los muertos" a liberarlos y por eso rezamos en el Credo que "descendió a los Infiernos".
Cuando comparezcamos ante Dios después de esta vida, tendremos una clara visión del Cielo, algo maravilloso,
indescriptible; y los condenados a muerte también lo verán, y mientras
contemplan el magnífico esplendor del Reino al que pudieron entrar pero al que
jamás entrarán, experimentarán el horrible sufrimiento de haberlo rechazado y perdido
para siempre. Allí será “el llanto y el crujir de dientes” (Lucas 13,28).