20230404

El pudor en las mujeres

La muchacha que los muchachos ven con admiración y respeto es la que, sin llegar a ningún extremo ni exageración en ninguno de los dos sentidos, sabrá actuar con pudor sin dejar de estar a la moda ni actuando como una mojigata. Ningún extremo es bueno.
 
Adolfo Miranda Sáenz


El pudor en las mujeres es la cualidad de actuar con decencia y recato sobre su sexualidad. Aumenta su valoración moral y su atractivo, pues con su modo de vestir mantiene cierto encanto misterioso en torno a su cuerpo, lo cual la beneficia en sus relaciones sociales y en el amor.
 
No debemos confundir el pudor con las exigencias impuestas a las mujeres, en todos los aspectos de la vida, por interpretaciones literales y arcaicas de las leyes del Corán escritas hace más de 1.300 años, y que —con todo respeto a la fe de los musulmanes— los escritos de tanta antigüedad, incluyendo nuestra Biblia, judía o cristiana, no deben interpretarse literalmente en todo, sino con el auxilio de la historia de la cultura y la ciencia.
 
Tampoco confundiremos el debido pudor con la mojigatería ni con las costumbres en los vestidos y otros comportamientos propios de otras generaciones, culturas y circunstancias por las que el mundo ha pasado. Pero es real que se valora más a una mujer cuando actúa y viste con pudor, sin ser extremista ni anticuada, que utilizando ciertas prendas hoy de moda.  
 
Desde el siglo pasado la moda femenina ha tenido muchos cambios, lo cual es normal cuando no se exagera. Aparecieron la minifalda, los ajustados pantalones jeans, los mini-short, luego el bikini, los topless (como símbolo de liberación femenina).
 
El bikini fue reduciéndose hasta convertirse en tanga que por delante apenas cubre los genitales y cuya parte trasera es una delgada tira de uno a dos centímetros, dejando al descubierto ambos glúteos.
 
Algunos bailes modernos se prestan a usar ciertos pasos para vincularlos abierta y públicamente con la intimidad sexual, aunque los mismos ritmos pueden ser bien bailados sin llegar a esos extremos.  Estos fenómenos sociales han hecho que mucho se reduzca el pudor poniendo a la mujer en exhibición como algo de simple atracción física, en un juego de estímulos sexuales abiertamente en público.
 
Un vestido con poco que cubrir o un baile con movimientos eróticos se convierten en impúdicos, o sea contrarios al pudor, porque se transforman en recursos sexuales de la mujer para provocar una atracción física en el sexo opuesto, presentándola como objeto de placer y encubriendo su verdadero valor como persona. Es diferente el baile con movimientos propios de la feminidad, incluso sexis, que movimientos eróticos, propios de la atracción sexual.
 
La moda actual que quita todo encanto misterioso a la belleza femenina al dejar muy poco de sus cuerpos cubiertos, y los bailes eróticos, han sometido a las mujeres a través de la publicidad, revistas, series de televisión, películas, videos musicales, amistades, etcétera, a someterse a todo eso o quedar ante su grupo social como mojigatas, anticuadas y ridículas, y ser objeto de burlas y rechazos.
 
Pero una muchacha que quiera ser apreciada realmente por los muchachos, como una mujer que vale por lo que es y no por lo que muestra (que a veces puede ser visto como “lo que ofrece”) no se esclavizará por la moda. Sin llegar a ningún extremo ni exageración en ninguno de los dos sentidos, sabrá actuar con pudor sin dejar de estar a la moda ni actuando como una mojigata. Ningún extremo es bueno.
 
Peor que lo anterior es la creciente práctica de relaciones sexuales entre jóvenes que apenas se conocen o se conocen muy poco, sin siquiera haber establecido una relación de noviazgo que implique —por lo menos— una sincera y mediana probabilidad de llegar al matrimonio.
 
Quienes conocen la sicología humana saben que los muchachos preferirán a “la fácil”, a la muchacha sin pudor que fácilmente pueda acostarse con él; pero solo para satisfacer sus deseos sexuales y divertirse un tiempo. Pero, para enamorarse, llegar a amarla, considerarla como una posible futura esposa y madre de sus hijos, escogerá a la que, sin caer en lo ridículo, tenga un sano pudor, buenos valores y principios morales.