La globalización y las tecnologías de la comunicación, en sí buenas, nos traen diferentes ideologías, conceptos, costumbres y formas de concebir la ética y la moral. El trigo llega junto con la cizaña. Debemos examinarlo todo a la luz de nuestros principios y valores.
Adolfo Miranda Sáenz
Los principios y valores cristianos tienen mucha influencia en nuestras vidas, y los conocemos desde hace muchas generaciones atrás. Formamos parte de una sociedad edificada sobre esos principios y valores trasmitidos de padres a hijos, reforzados durante décadas pasadas en las escuelas y colegios públicos y privados, y desarrollados desde nuestra fe religiosa, tanto en la ciudad como en el campo, igualmente entre ricos y pobres, empresarios grandes y pequeños, profesionales, campesinos, obreros del campo o de la ciudad… ¡En todos!
Ahora, con la globalización y las modernas tecnologías de la comunicación, nos llegan de otros países diferentes ideologías, conceptos, costumbres, modas y diferentes formas de concebir la vida, las relaciones humanas, la ética, la moral y cívica con que nuestra sociedad, no solo en Nicaragua, sino en toda la América Hispana, fuera formada.
La globalización y las nuevas tecnologías, que nos permiten comunicarnos con tanta facilidad, forman parte del progreso científico-técnico que nos abre las puertas a un mayor y mejor conocimiento en todas las áreas de la ciencia y las artes. Esto hace que los seres humanos estemos más cerca el uno del otro y seamos solidarios entre todos. Es decir, es algo bueno que debe ayudarnos a ser mejores personas, aumentar nuestros conocimientos, así como aprender lo bueno de los demás y de los avances que otros han logrado.
Comprobamos que en el mundo hay una inmensa diversidad de razas, lenguas, culturas, religiones, ideologías y formas de ver y vivir la vida, y aprendemos a respetar nuestras diferencias. Comprobamos también que la humanidad tiene muchas cosas en común, como es la ley natural que establece en todo ser humano ciertos principios y valores que nos rigen a todos por igual. Una ley natural universal que traemos grabada al nacer como una característica esencial del ser humano. En la Biblia leemos que el apóstol Pablo, refiriéndose a esa ley natural, enseña que todos venimos al mundo con la Ley de Dios escrita en nuestros corazones.
Es bueno enriquecer los principios y valores cristianos de nuestra cultura y civilización hispanoamericana, con lo bueno de otras civilizaciones y culturas; comparar nuestros errores con los aciertos de otras civilizaciones, como la civilización anglosajona de países como Inglaterra, Alemania o Estados Unidos; o de la civilización de los países nórdicos de raíces vikingas, o de los eslavos, o de los pueblos árabes, o de la rica y milenaria cultura china, o del Japón, o del África negra.
Pero también debemos aprender de los errores que esas culturas han cometido a lo largo de su historia, y de los nuevos errores que hoy algunos siguen cometiendo, y no imitarlos en eso, anteponiendo nuestros principios y valores cristianos aprendidos y practicados en el marco de nuestra cultura mestiza hispanoamericana, y más aún, cumpliendo con la ley natural universal que en estos tiempos algunos pretenden violar y obligar a otros a hacer lo mismo.
El progreso nos ha traído la globalización y las modernas tecnologías de la comunicación, y eso es algo muy bueno que debemos aprender a usar y aprovechar. Pero como dijera Jesús, el trigo crece junto con la cizaña, y lo bueno nos llega acompañado de otras cosas que no son buenas.
San Pablo en una de sus epístolas nos da este consejo: “Pruébenlo todo, retengan lo bueno y desechen lo malo”.
“Probarlo todo” no significa “practicarlo” o “experimentarlo todo”, porque, si aquello fuera malo, nos causaría daño. “Probarlo” significa someterlo a prueba, analizarlo, examinarlo, y solo si aquello pasa el examen, solo si vemos que pasa la prueba, lo podremos aceptar como bueno.