20240404

La fortaleza

Necesitamos superar los obstáculos que nos impiden hacer lo bueno, y tener la capacidad de realizar el bien que queremos lograr. Fortaleza para vencer el mal que nos impide actuar bien y fortaleza para tener la suficiente fuerza para lograr hacerlo.

Adolfo Miranda Sáenz


Toda nuestra existencia está orientada a alcanzar el Bien Supremo, que es Dios; por eso estamos llamados a hacer el bien e impedir el mal. Nuestra vida ha de ser una búsqueda constante del bien, no solo personal, sino sobre todo del bien común. Procurar, hacer, construir, lograr el bien común. Para eso necesitamos las virtudes cardinales (fundamentales): prudencia, justicia, fortaleza y moderación.

Se necesita fortaleza tanto para vencer el mal como para hacer el bien. Necesitamos vencer los obstáculos que nos impiden hacer lo bueno; y tener la capacidad de realizar el bien que queremos lograr. Fortaleza para vencer el mal que nos impide actuar bien y fortaleza para tener la suficiente fuerza para lograr hacerlo. Esa es la virtud de la fortaleza.

Muestra fortaleza quien arriesga su propia vida por salvar a alguno que está a punto de ahogarse, o también quien corre riesgos para prestar ayuda en los desastres naturales: terremotos, huracanes, incendios, inundaciones, etc. Así como aquellos que prestan sus servicios a los enfermos en medio de una epidemia contagiosa.

 

Pensemos, por ejemplo, en la fortaleza de una mujer, madre de familia ya numerosa, a la que muchos “aconsejan” que eliminen la vida nueva concebida en su seno y se someta a un aborto, y ella responde con firmeza: “¡No!” !” Ciertamente que cae en la cuenta de toda la dificultad que este “no” implica: dificultad para ella, para su esposo, para toda la familia; y, sin embargo, responda “no”. La nueva vida humana iniciada en ella es un valor demasiado grande y sagrado para que pueda ceder ante las presiones.

 

Pensemos en un hombre al que se le ofrece mucho dinero y hasta un buen futuro económico garantizado, con la condición de que reniegue de sus principios y haga algo contra la honestidad. Y éste también contesta “no”, incluso a pesar de las amenazas por una parte y los halagos por otra. ¡He aquí un hombre valiente! ¡Eso es tener fortaleza!

 

Muchas, muchísimas son las manifestaciones de fortaleza —heroicas con frecuencia— de las que poco se sabe. Sólo la íntima conciencia de esos héroes de la vida las conocen... y también ¡Dios lo sabe! La virtud de la fortaleza requiere siempre una cierta superación de la debilidad humana y, sobre todo, del temor. Porque el ser humano teme por naturaleza espontáneamente el peligro, los disgustos, el dolor y los sufrimientos. Pero encontramos personas valientes en las salas de los hospitales postrados con fortaleza en el lecho del dolor.

 

Son valientes los capaces de traspasar la barrera del “respeto humano” para dar testimonio de sus principios cristianos, negándose a hacer el mal, a veces presentado atractivamente. Para lograr tal fortaleza la persona debe superar sus temores corriendo el riesgo de ser mal visto, de exponerse a burlas y otras consecuencias indeseables.

 

A veces se necesita mucha fortaleza para soportar con firmeza a quienes quieren empujarnos a hacer algo temerario bajo el pretexto de que eso sería ser valiente. Se necesita fortaleza para soportar que nos califiquen de cobardes por ser fieles a nuestros principios y actuar con sensatez.  

 

La valentía producto de la fortaleza es regulada por la virtud de la prudencia, que es otra virtud cardinal que siempre la acompaña. Porque no debemos confundir prudencia con miedo, ni imprudencia con valentía. El valor, cuando lo acompaña la imprudencia, se convierte en temeridad.

 

La temeridad es un gravísimo error; es un alto grado de imprudencia que conduce a cometer actos o acciones de manera irreflexiva, a veces motivados por impulsos o emociones sin pasar por el filtro de la razón, invocando una fortaleza falsa, sin medir las posibles consecuencias, causando más daño que bien, a veces, incluso, dañando a muchas personas.

 

Debemos saber actuar con fortaleza, pero con prudencia, con sabiduría. Las personas prudentes evalúan los peligros y las consecuencias antes de actuar, y por lo tanto pueden y deben evitar los riesgos indeseables e innecesarios, actuando siempre con sensatez, no con imprudencia e irresponsabilidad.