Todas las civilizaciones humanas, desde siempre, desde los albores de la humanidad, tienen en común “creer en la otra vida”.
Adolfo Miranda Sáenz
Tras el reciente
descubrimiento de unas antiguas ruinas, se ha considerado que la cultura china
tiene 10.000 años y es la más antigua cultura conocida del mundo. En la antigua
China era creencia común que los muertos fuesen a vivir en otro mundo. Por eso
se les debía proporcionar todo lo necesario para aquella nueva vida. Desde
tiempos inmemoriales los chinos tuvieron un interés especial en venerar a sus
antepasados. En una larga ceremonia se “fijaba” el alma a una tablilla o
“ling-pai”, que era colocada en casa, en el altar familiar. A través de ella los
hijos podían entrar en contacto con sus padres.
Otros consideran que
las primeras civilizaciones nacieron en Mesopotamia hace unos 9.000 años: las
culturas Hassuna, Samarra, Halaf y Obeid, antecesoras de Sumeria, Acadia y
Babilonia, o sea Mesopotamia, al oeste de Asia, que incluye la parte centro oriental
de Iraq y el suroeste de Irán, situada entre los ríos Tigris y Éufrates. Durante
La civilización sumeria enterraban a sus reyes con lujosos artículos para
llevarlos al otro mundo. Los sumerios comunes eran enterrados con posesiones
personales. El Imperio acadio tenía sobre la muerte similares creencias que los
sumerios.
Luego llegó el pueblo caldeo, semilla de lo que sería el Imperio de
Babilonia que se extendió por Acadia y Sumeria 600 años a. C. La religión
babilónica fue fundamentalmente la práctica religiosa de los caldeos con
influencia acadia y sumeria. Creían que al fallecer el ser humano quedaba la
arcilla vacía y debía regresar a la tierra. Pero los muertos continuaban su
existencia en forma de espíritus vinculados al cadáver físico (en ocasiones
idéntico al mismo) y poseía sus necesidades físicas como comer o dormir. La
muerte no era el final.
Las creencias sobre la
vida después de la muerte, de otras civilizaciones asiáticas y europeas menos
antiguas, son bien conocidas: Egipto, India, Grecia, Persia… todas creían en
una vida más allá de la actual. ¿Pero qué hay del entonces lejano y desconocido
continente que hoy llamamos América? La civilización prehispánica conocida más
antigua de América es la olmeca, que se desarrolló 400 años a. C. al sureste
del estado de Veracruz y el oeste de Tabasco. Los olmecas también creían en la
vida después de la muerte e incluso sacrificaban perros para acompañar al
difunto en el viaje hacia la otra vida. Creían que se podía interactuar con el
espíritu de los difuntos, especialmente con sus antepasados.
Igualmente, es
bien sabida la creencia en otra vida sostenida por mayas, aztecas, incas y
otras culturas prehispánicas posteriores, de las que se conservan urnas
funerarias con objetos para el viaje del difunto. En África y Oceanía, por su
parte, las culturas más antiguas tienen aún hoy sus mismas expresiones en una
parte de los aborígenes actuales, fundamentalmente animistas, o sea, que rinden
culto a los espíritus (ánimas) de sus antepasados.
Todas las
civilizaciones humanas, desde siempre, desde los albores de la humanidad,
tienen en común “creer en la otra vida”. Sabemos que el ser humano tiene muchas
cosas en común en todas las épocas, en todos los continentes, civilizaciones y
razas. Todos estamos dotados de inteligencia, con capacidad de razonar, y con
instintos comunes como el instinto sexual o el de sobrevivir alimentándonos y
defendiendo la vida. Pero también todos tenemos en común un “instinto” de
trascendencia, la “intuición” de un más allá, “saber” o “sentir” que la vida no
termina con la muerte.
¿Cómo, si no, se
explica que tal cosa esté en la mente de toda la raza humana desde las más
antiguas civilizaciones? No es que alguien en común le enseñó a cada
civilización a pensar así. Eso lo trae al nacer cada ser humano. ¿Ignorancia?
¿Superstición? En el mundo moderno del siglo XXI, con grandes avances
científicos y tecnológicos, cuando la población del mundo es de 7.300 millones de
personas, hay 2.500 millones de cristianos, 1.500 millones de musulmanes, 1.000
millones de budistas, 500 millones de taoístas, 500 millones de confucianistas,
65 millones de sintoístas, 20 millones de judaístas y 2 millones de religiones
y cultos menores. Ellos —aunque no todos son fieles creyentes y practicantes de
su religión— creen en “la otra vida”. Eso suma el 85% de la población, y la
mayoría del 15% que dice “no tener ninguna religión” acepta “la posibilidad” de
que exista una vida después de la muerte.
Más que un “pensamiento” o una
“creencia” es un sentir generalizado en las personas de todas las
civilizaciones de todos los tiempos y de todo el mundo, lo que me lleva a
concluir que forma parte natural del ser humano. ¿Por qué será? Para mí es una
prueba de la existencia de otra vida después de la muerte, ¿y para usted?