Adolfo Miranda Sáenz
Jesús nos dice: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos" (Juan
14.27). Para construir la paz debemos ser personas de paz. Tener paz en el
corazón. Esto no significa ser indiferentes a las consecuencias trágicas,
dolorosas, producidas por los conflictos. Ni tampoco significa negar las
responsabilidades de quienes hayan actuado contra la ley, los derechos humanos
y la voluntad de Dios.
La paz se construye a partir de la paz interior de cada persona, pero también en sus relaciones con instituciones y organizaciones en las cuales nos asociamos y actuamos, como nuestra familia, nuestra iglesia, un movimiento social, una asociación gremial o un partido político.
Para construir la paz en Nicaragua tenemos que empezar desechando el odio, la venganza y la ira; sin negar la importancia de la verdad y el valor de la justicia. Luego debemos procurar la paz en el seno de la familia y en los grupos en que participamos y nos relacionamos. Si proyectamos paz a los demás tendremos una influencia positiva para que otros también encuentren la paz interna y se logre que toda una comunidad deseche la ira, el odio y la violencia, convirtiéndose en una comunidad de paz, sin olvidar la verdad y la justicia.
La paz se construye a partir de la paz interior de cada persona, pero también en sus relaciones con instituciones y organizaciones en las cuales nos asociamos y actuamos, como nuestra familia, nuestra iglesia, un movimiento social, una asociación gremial o un partido político.
Para construir la paz en Nicaragua tenemos que empezar desechando el odio, la venganza y la ira; sin negar la importancia de la verdad y el valor de la justicia. Luego debemos procurar la paz en el seno de la familia y en los grupos en que participamos y nos relacionamos. Si proyectamos paz a los demás tendremos una influencia positiva para que otros también encuentren la paz interna y se logre que toda una comunidad deseche la ira, el odio y la violencia, convirtiéndose en una comunidad de paz, sin olvidar la verdad y la justicia.
En todo conflicto violento hay culpas de todas las partes
involucradas. Generalmente, cuando el conflicto se da entre un gobierno y la
oposición, es un conflicto entre quien tiene el poder y quienes no lo tienen,
entre un poderoso y un débil. En las diferentes formas de protestas reprimidas
por un gobierno, cuando la represión es violenta, frecuentemente esa violencia
represiva sobrepasa los límites legales y el respeto a los derechos humanos. Si
desde el sector pro-gobierno surgieran personas sinceras deseosas de promover
la paz, deberían reconocer la verdad de esos hechos.
Pero el sector más
débil no siempre actúa sin violencia, y cuando en un ambiente de
protestas se crea un clima de tensión, a veces surge la ira, y pueden darse provocaciones y actos violentos de quienes
protestan, yendo más allá de la ley y del respeto a los derechos humanos. Si desde
este sector surgen personas sinceras deseosas de promover la paz, también deberían
reconocer la verdad de esos hechos, aunque sean menores que los del sector del
poder.
El Dalai Lama considera la paz como “estado de tranquilidad y
sosiego basado en la honda sensación de seguridad que se deriva del
entendimiento mutuo, de la tolerancia de los puntos de vista ajenos y del
respeto a los derechos de los demás”.
La Iglesia Católica enseña que “la paz es
un valor y un deber universal; halla su fundamento en el orden racional y moral
de la sociedad que tiene sus raíces en Dios mismo, fuente primaria del ser,
verdad esencial y bien supremo. La paz se funda sobre una correcta concepción
de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y el
amor”.
Los cristianos en Nicaragua debemos promover la paz y el
diálogo entre el gobierno y quienes (establecidos de alguna forma que ahora,
para efectos prácticos, ya no tiene importancia) están representando a la
oposición. El diálogo debe ser la búsqueda del entendimiento, con tolerancia a
los puntos de vista ajenos y respeto a los derechos de los demás, buscando la plena
libertad de todos los privados de libertad por razones políticas, el restablecimiento
de los derechos constitucionales, una atmósfera de tranquilidad y normalidad,
culminando con la celebraciones de elecciones libres confiables para todos.
Pero en el diálogo no se debe esperar que uno resulte ganador
y otro perdedor, ni que uno obtenga todo y el otro nada; sería procurar una paz
falsa, en la que antes de las elecciones un sector viviría bajo temor y
represión, y después de las elecciones —con el posible cambio de gobierno— sea
el otro sector quien tuviera que vivir con temor. La verdadera paz debe
erradicar todo odio y deseo de venganza. Por eso, es importante incluso evitar insultos,
ofensas de unos a otros, de los que hoy gobiernan y de los que puedan gobernar
mañana.
La paz debe ser acompañada de la justicia, aunque diferente a
la común, transicional (que permita la transición), mediante el reconocimiento
de la verdad, la reparación económica y/o moral a las víctimas, y las sanciones
a los culpables según lo posible en una realidad transicional. Una paz para
vivir todos con tranquilidad, que para lograrla todos tendremos que ceder algo;
si no, sería muy precaria y se podría perder rápidamente con nuevos conflictos.