20190924

La Iglesia no tiene partido

Según la Doctrina Social de la Iglesia, fuera del comunismo y del capitalismo salvaje, cada cristiano debe optar por una u otra opción según su conciencia, teniendo en cuenta nuestra doctrina social.

Adolfo Miranda Sáenz


La Iglesia Católica acoge en su seno a personas de diferentes ideologías políticas: de derecha, de izquierda, monárquicos, republicanos, conservadores, socialcristianos, liberales, social demócratas, socialistas, etc. No tiene partido ni promueve una forma determinada de gobierno, aunque aprecia el sistema de la democracia en que los ciudadanos pueden elegir a sus gobernantes entre diferentes opciones. Tiene una doctrina social basada en la Biblia y la tradición Apostólica, contextualizada en las modernas encíclicas sociales, y llama a los católicos a escoger la ideología política o partido que, según la conciencia de cada cual, mejor responda a esta doctrina social.

La iglesia va formulando nuevas respuestas ante nuevas realidades científicas, sociales, políticas y económicas que se van presentando. A partir de la encíclica “Rerum Novarum” de León XIII (1891) la iglesia ha formulado su doctrina social para los tiempos modernos, enriquecida por el magisterio de Pío XI, San Juan XXIII, San Pablo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco. Según los principios y valores del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, aprobado y publicado por San Juan Pablo II en el 2004, solo resultan condenados expresamente, como sistemas económicos, el comunismo y el capitalismo salvaje. La condena al comunismo (que los comunistas llaman “socialismo real”) no se aplica a todo socialismo, como la condena al capitalismo salvaje no se aplica a todo capitalismo.

El comunismo es contrario a los principios cristianos de la dignidad de la persona humana y  de la  subsidiaridad,  a los valores fundamentales de la verdad, la libertad y la caridad, porque despoja al individuo de su iniciativa y de sus derechos elementales, promueve el odio mediante la lucha de clases y enajena la singularidad de las personas en un colectivismo contrario a la naturaleza humana, convirtiendo a los ciudadanos en esclavos de un Estado totalitario.

Por su parte, el capitalismo salvaje deja casi todo en manos de las leyes del mercado (oferta y demanda) con una concepción individualista, egoísta, indiferente hacia los demás. El Estado no interviene para procurar los derechos básicos como atención a la salud o educación, negando que sean derechos humanos sino asuntos privados que no obligan atenderlos ni a la sociedad ni al Estado. El capitalismo salvaje va contra los principios cristianos de la dignidad de la persona humana, del bien común y del destino universal de los bienes, y contra los valores fundamentales de la solidaridad y la caridad.

Según la Doctrina Social de la Iglesia, fuera del comunismo y del capitalismo salvaje, cada cristiano debe optar por una u otra opción según su conciencia, teniendo en cuenta nuestra doctrina social, que reconoce los derechos humanos y exhorta a todas las ideologías y partidos a que los respeten y promuevan.

Los obispos de Nicaragua, igual que otras Conferencias Episcopales —particularmente la de Estados Unidos— han expresado reiteradamente que no es posible encontrar en una sola opción política una posición que satisfaga plenamente todos nuestros principios y valores; entonces debemos escoger aquella opción que libremente, en conciencia, cada cual considere que es la que más y mejor los incorpora. Veremos siempre entre católicos una natural pluralidad política. La Iglesia respeta, como dice el Catecismo (No. 1782), el derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales, como son las opciones políticas.

En Nicaragua queremos un país donde se respete la Constitución, los derechos humanos, con libertad, democracia y bienestar para todos. Deseamos vivir todos en paz, como hermanos. La Iglesia no está al margen de esto. Como enseña nuestra doctrina social, lograr que en cada Estado haya justicia es una tarea principalmente de la política, pero la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por lograrlo. Nuestros obispos, ante las diversas situaciones políticas se pronuncian, nos orientan, defienden y median. Pero la Iglesia a quienes llama a involucrarse directamente en la actividad política es a sus laicos.

Debemos respetar la naturaleza pluralista de la Iglesia y de sus templos: casas de Dios para todos sus hijos, lugares de paz, adoración y oración, donde llegan las personas “cargadas y fatigadas” con sus penas y problemas buscando ayuda y consuelo en Dios, en un ambiente de sosiego y tranquilidad; donde celebramos respetuosamente la Santa Misa, la Sagrada Eucaristía, centro y culmen de nuestra vida cristiana. Nuestros templos siempre sirven de refugio al perseguido; pero no deben utilizarse, por ningún grupo, como plazas públicas para manifestar sus demandas políticas o sociales.