Según la Doctrina Social de la Iglesia, fuera del comunismo y del capitalismo salvaje, cada cristiano debe optar por una u otra opción según su conciencia, teniendo en cuenta nuestra doctrina social.
Adolfo Miranda Sáenz
La Iglesia Católica
acoge en su seno a personas de diferentes ideologías políticas: de derecha, de
izquierda, monárquicos, republicanos, conservadores, socialcristianos,
liberales, social demócratas, socialistas, etc. No tiene partido ni promueve
una forma determinada de gobierno, aunque aprecia el sistema de la democracia
en que los ciudadanos pueden elegir a sus gobernantes entre diferentes opciones.
Tiene una doctrina social basada en la Biblia y la tradición Apostólica, contextualizada
en las modernas encíclicas sociales, y llama a los católicos a escoger la
ideología política o partido que, según la conciencia de cada cual, mejor
responda a esta doctrina social.
La iglesia va
formulando nuevas respuestas ante nuevas realidades científicas, sociales,
políticas y económicas que se van presentando. A partir de la encíclica “Rerum
Novarum” de León XIII (1891) la iglesia ha formulado su doctrina social para
los tiempos modernos, enriquecida por el magisterio de Pío XI, San Juan XXIII,
San Pablo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco. Según los
principios y valores del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, aprobado
y publicado por San Juan Pablo II en el 2004, solo resultan condenados
expresamente, como sistemas económicos, el comunismo y el capitalismo salvaje.
La condena al comunismo (que los comunistas llaman “socialismo real”) no se aplica
a todo socialismo, como la condena al capitalismo salvaje no se aplica a todo
capitalismo.
El comunismo es
contrario a los principios cristianos de la dignidad de la persona humana y de la subsidiaridad, a los valores fundamentales de la verdad, la
libertad y la caridad, porque despoja al individuo de su iniciativa y de sus
derechos elementales, promueve el odio mediante la lucha de clases y enajena la
singularidad de las personas en un colectivismo contrario a la naturaleza
humana, convirtiendo a los ciudadanos en esclavos de un Estado totalitario.
Por su parte, el
capitalismo salvaje deja casi todo en manos de las leyes del mercado (oferta y
demanda) con una concepción individualista, egoísta, indiferente hacia los
demás. El Estado no interviene para procurar los derechos básicos como atención
a la salud o educación, negando que sean derechos humanos sino asuntos privados
que no obligan atenderlos ni a la sociedad ni al Estado. El capitalismo salvaje
va contra los principios cristianos de la dignidad de la persona humana, del
bien común y del destino universal de los bienes, y contra los valores
fundamentales de la solidaridad y la caridad.
Según la Doctrina
Social de la Iglesia, fuera del comunismo y del capitalismo salvaje, cada
cristiano debe optar por una u otra opción según su conciencia, teniendo en
cuenta nuestra doctrina social, que reconoce los derechos humanos y exhorta a
todas las ideologías y partidos a que los respeten y promuevan.
Los obispos de
Nicaragua, igual que otras Conferencias Episcopales —particularmente la de
Estados Unidos— han expresado reiteradamente que no es posible encontrar en una
sola opción política una posición que satisfaga plenamente todos nuestros
principios y valores; entonces debemos escoger aquella opción que libremente,
en conciencia, cada cual considere que es la que más y mejor los incorpora. Veremos
siempre entre católicos una natural pluralidad política. La Iglesia respeta,
como dice el Catecismo (No. 1782), el derecho de actuar en conciencia y en
libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales, como son las
opciones políticas.
En Nicaragua
queremos un país donde se respete la Constitución, los
derechos humanos, con libertad, democracia y bienestar para todos. Deseamos vivir
todos en paz, como hermanos. La Iglesia no está al margen de esto. Como enseña
nuestra doctrina social, lograr que en cada Estado haya justicia es una tarea
principalmente de la política, pero la Iglesia no puede ni debe quedarse al
margen en la lucha por lograrlo. Nuestros obispos, ante las diversas situaciones
políticas se pronuncian, nos orientan, defienden y median. Pero la Iglesia a
quienes llama a involucrarse directamente en la actividad política es a sus
laicos.
Debemos respetar la
naturaleza pluralista de la Iglesia y de sus templos: casas de Dios para todos
sus hijos, lugares de paz, adoración y oración, donde llegan las personas
“cargadas y fatigadas” con sus penas y problemas buscando ayuda y consuelo en
Dios, en un ambiente de sosiego y tranquilidad; donde celebramos respetuosamente
la Santa Misa, la Sagrada Eucaristía, centro y culmen de nuestra vida
cristiana. Nuestros templos siempre sirven de refugio al perseguido; pero no
deben utilizarse, por ningún grupo, como plazas públicas para manifestar sus
demandas políticas o sociales.