Aunque todo lo necesario para nuestra salvación ya fue revelado por Jesús, también es una verdad que “la Iglesia, con la asistencia del Espíritu Santo, va creciendo en la comprensión de las cosas, y en el transcurrir de los siglos tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina” (Dei Verbum No. 8).
Adolfo Miranda Sáenz
¿El coronavirus es un castigo de Dios? ¡No! Según
la doctrina de la Iglesia Católica y de otras confesiones cristianas, Dios no
nos manda castigos. Entonces, ¿que hay de Sodoma y Gomorra, y de otros episodios de la
Biblia, que hablan de castigos de Dios? Sobre este tema la Iglesia Católica y
otras confesiones nos llaman a leer y comprender la Biblia con una sana
interpretación, no “al pie de la letra”.
La Biblia fue “inspirada” y no “dictada”. Dios no
prescindió de los estilos, cultura y circunstancias propias del escritor. Hay
diferentes estilos literarios (como el estilo hiperbólico o exagerado para enfatizar
una enseñanza, como cuando Jesús nos habla de cortarnos la mano o sacarnos un
ojo). Las parábolas, poesías, alegorías, metáforas, etc., no pueden interpretarse
todas de la misma forma. El contexto histórico y cultural de cuándo se escribió
un texto (algunos más de mil años antes de Cristo) deben tenerse presentes.
Esto quedó claro para los católicos en el Concilio
Vaticano II, como consta en la Constitución Dogmática “Dei Verbum” (Palabra de
Dios). Se nos aclaró que el Antiguo
Testamento “contiene algunas cosas equivocadas” (Dei Verbum No. 8) porque la
Revelación que Dios hace de sí mismo se completa hasta que Dios se hace hombre
en la persona de Jesucristo y nos envía al Espíritu Santo después de su
Resurrección (Dei Verbum No. 4). No todo sobre Dios fue conocido y comprendido
por el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento que habla de un Dios que se
encoleriza, vengativo, castigador. La Biblia en Juan 1.17 y 18 dice: “La ley
fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad
por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el hijo unigénito, que es
Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, es quien nos lo ha dado a
conocer.”
Aunque todo lo necesario para nuestra salvación ya
fue revelado por Jesús, también es una verdad que “la Iglesia, con la asistencia
del Espíritu Santo, va creciendo en la comprensión de las cosas, y en el transcurrir
de los siglos tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina” (Dei
Verbum No. 8).
Si no aceptamos esto, tendremos una visión
fundamentalista de la Biblia (propia de muchas confesiones protestantes, no
todas) reduciendo a Dios a la condición de un juez, fiscal y verdugo, contrario
al Dios pleno de amor que nos mostró Jesús, dispuesto a perdonarnos infinitamente.
Dios es Amor al máximo, al punto de despojarse de su condición divina para
sufrir y morir en la Cruz por nosotros (1Juan 4.8; Juan 3.16; Filipenses 2.
6-8).
La interpretación literal o fundamentalista de la
Biblia llevó a los protestantes del Sur de EEUU a justificar la esclavitud, que
en el Antiguo Testamento fue aceptada y reglamentada (Levítico 25.44-46) y en
el Nuevo Testamento no fue expresamente condenada, sino pasada por alto como
algo natural, pues era la costumbre de aquellos tiempos (1Timoteo 6.1-2; Filemón 8-16). Aunque los esclavos fueran tratados como “hermanos queridos”,
debían “obedecer a sus amos”. Obviamente, la Iglesia hoy condena la esclavitud mediante
una interpretación histórica correcta de la Biblia.
Si el coronavirus no es “mandado por Dios”, ¿por
qué existe? El sufrimiento y la muerte son un misterio del cual no tenemos una
respuesta total. Sabemos que todo está trastornado por el pecado; que Dios quiso
crear un mundo "en estado de construcción" hacia su perfección última;
que los sufrimientos del tiempo presente no son equiparables con la gloria
futura; y que Jesús y María, su madre, entienden nuestro dolor porque también
sufrieron… y mucho.
Dios no nos manda castigos, pero Dios, en su infinito poder, “puede permitir o
impedir” que algunas cosas malas, dañinas —sean propias de la naturaleza o producidas por el ser humano— sucedan. A veces “las permite” para corregir nuestro camino. Hemos dañado mucho la creación, nos hemos vuelto soberbios y orgullosos, adoramos al dios dinero, avanzamos en un mundo libertino y desenfrenado donde "vale todo", caímos en la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno, a la enfermedad y la miseria de los pobres, de los refugiados, de los marginados. Ha crecido el racismo, la xenofobia y la discriminación por diferentes razones. Nos hicimos un mundo "al revés" donde el que más vale no es el que es más, sino el que tiene más. Quizá Dios "ha permitido" el coronavirus que nos enseña a no ser engreídos, egoístas, indiferentes y faltos de misericordia, sino humildes, solidarios y generosos; a valorar la convivencia familiar y aprender que todos —poderosos, ricos y pobres— somos iguales, vulnerables y dependientes unos de otros. Simples hombres y mujeres mortales necesitados de la misericordia divina, a la que le hemos dado la espalda.