Tenemos que ser solidarios procurando que nadie enferme y que todos los enfermos se curen: ricos, pobres, cercanos y lejanos. Si no, los estragos de estos enemigos invisibles serán peores.
Adolfo Miranda Sáenz
Hay quienes han venido promoviendo en el mundo una ideología
individualista, egoísta, enseñando que cada cual debe buscar su propio bienestar
sin importarle los demás. Dicen cosas como: “No tengo por qué dar a otros parte
de lo que yo gano, ni deben usarse mis impuestos para la salud o educación de personas
extrañas a mí, aunque sean pobres.” Este razonamiento no es cristiano, pero
tampoco corresponde al sistema capitalista razonable que defiende el libre
mercado, la propiedad privada, el derecho a crear riqueza y poseer un capital
generador de fuentes de empleo y desarrollo social, todo lo cual no contradice
la práctica de la solidaridad humana. Tampoco es propio del liberalismo
democrático que, aunque defiende los derechos individuales y el respeto a la
esfera privada en la vida de cada cual, además de las limitaciones al poder
público, las elecciones democráticas y los derechos humanos, no excluye procurar
el bien común.
El coronavirus ha venido a demostrar que el individualismo
egoísta daña absolutamente a todos, dándonos
una lección de lo valioso y necesario que es para la humanidad practicar los
principios de la solidaridad y del bien común que enseña el cristianismo como
parte fundamental del Evangelio de Jesucristo. (cf. Compendio de Doctrina
Social de la Iglesia Nos. 164-170 y 192-194).
Vivir en una zona elegante, tener buena casa, excelente
educación, altos ingresos, la mejor atención médica, etc., no garantiza la
inmunidad si en otro sector de la ciudad viven personas en condiciones muy
pobres, insalubres, sin educación ni recursos; su situación vulnerable,
propensa a enfermarse, hace que un virus o una bacteria pueda desarrollarse y
propagarse enfermando a mucha gente y así llegar a toda la población sin
excepción. Igualmente, vivir en un país desarrollado, rico, poderoso, no impedirá
que desde cualquier parte del mundo pueda llegar un virus, una bacteria, una
enfermedad existente o nueva, que podría matar a millones de personas, dañar la
economía y afectar cualquier nación, por rica, grande y poderosa que sea.
El coronavirus no conoce fronteras, se propaga por
aire, mar y tierra. El cierre de aeropuertos y otros aislamientos no pueden
detenerlo. Atacar esta pandemia global sin tener estrategias y esfuerzos comunes
es un error: si el virus no conoce fronteras, tampoco sus soluciones. Las naciones más prósperas deberán reconocer
que no podrán vivir seguras mientras existan naciones pobres que puedan ser fuentes
de proliferación de esta enfermedad… ¡o de nuevas enfermedades! Como las
personas de mayores recursos no podrán vivir seguras mientras haya personas viviendo
sin acceso a una buena atención de salud… ¡para todos!
Aislarnos, proteger los límites de nuestros hogares
o las fronteras de nuestros países no detiene a esos poderosos mortíferos enemigos
de la humanidad. Hoy es el coronavirus, mañana seguramente vendrán otros. Inevitables,
impredecibles e imparables. Tenemos que ser solidarios procurando que nadie
enferme y que todos los enfermos se curen: ricos, pobres, cercanos y lejanos. Si
no, los estragos de estos enemigos invisibles serán peores.
Si los países pobres no tienen cómo combatir a los
enemigos invisibles, estos enemigos llegarán, irremediablemente, a los países
ricos, una y otra vez. Y si en cualquier país unas personas tienen cómo atender
su salud, acceder a médicos, medicamentos y hospitales, pero otros no tienen acceso
a un buen sistema de salud pública, éstos estarán propensos a adquirir
enfermedades, muchas de ellas contagiosas y mortales, que trasmitirán masivamente
en una cadena que llegará hasta cualquiera. Nadie estará seguro. La única forma
de defendernos es no buscar solo el bien individual, sino el bien común.
El mundo aprende que lo que le pase “al otro” no debe
verse como “asunto del otro”, sino como “asunto nuestro”, porque a todos nos
afecta. Estamos todos vinculados, a nivel de personas, grupos sociales y
países. Necesitamos ser solidarios y buscar, junto al bien individual, el bien
común. La meta se logrará únicamente siguiendo el razonamiento correcto: “Yo
estaré bien si todos están bien.”