20200514

Gran lección del coronavirus al mundo

Tenemos que ser solidarios procurando que nadie enferme y que todos los enfermos se curen: ricos, pobres, cercanos y lejanos. Si no, los estragos de estos enemigos invisibles serán peores.  

Adolfo Miranda Sáenz


Hay quienes han venido promoviendo en el mundo una ideología individualista, egoísta, enseñando que cada cual debe buscar su propio bienestar sin importarle los demás. Dicen cosas como: “No tengo por qué dar a otros parte de lo que yo gano, ni deben usarse mis impuestos para la salud o educación de personas extrañas a mí, aunque sean pobres.” Este razonamiento no es cristiano, pero tampoco corresponde al sistema capitalista razonable que defiende el libre mercado, la propiedad privada, el derecho a crear riqueza y poseer un capital generador de fuentes de empleo y desarrollo social, todo lo cual no contradice la práctica de la solidaridad humana. Tampoco es propio del liberalismo democrático que, aunque defiende los derechos individuales y el respeto a la esfera privada en la vida de cada cual, además de las limitaciones al poder público, las elecciones democráticas y los derechos humanos, no excluye procurar el bien común.

El coronavirus ha venido a demostrar que el individualismo egoísta daña absolutamente  a todos, dándonos una lección de lo valioso y necesario que es para la humanidad practicar los principios de la solidaridad y del bien común que enseña el cristianismo como parte fundamental del Evangelio de Jesucristo. (cf. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia Nos. 164-170 y 192-194).

Vivir en una zona elegante, tener buena casa, excelente educación, altos ingresos, la mejor atención médica, etc., no garantiza la inmunidad si en otro sector de la ciudad viven personas en condiciones muy pobres, insalubres, sin educación ni recursos; su situación vulnerable, propensa a enfermarse, hace que un virus o una bacteria pueda desarrollarse y propagarse enfermando a mucha gente y así llegar a toda la población sin excepción. Igualmente, vivir en un país desarrollado, rico, poderoso, no impedirá que desde cualquier parte del mundo pueda llegar un virus, una bacteria, una enfermedad existente o nueva, que podría matar a millones de personas, dañar la economía y afectar cualquier nación, por rica, grande y poderosa que sea.   

El coronavirus no conoce fronteras, se propaga por aire, mar y tierra. El cierre de aeropuertos y otros aislamientos no pueden detenerlo. Atacar esta pandemia global sin tener estrategias y esfuerzos comunes es un error: si el virus no conoce fronteras, tampoco sus soluciones.  Las naciones más prósperas deberán reconocer que no podrán vivir seguras mientras existan naciones pobres que puedan ser fuentes de proliferación de esta enfermedad… ¡o de nuevas enfermedades! Como las personas de mayores recursos no podrán vivir seguras mientras haya personas viviendo sin acceso a una buena atención de salud… ¡para todos!

Aislarnos, proteger los límites de nuestros hogares o las fronteras de nuestros países no detiene a esos poderosos mortíferos enemigos de la humanidad. Hoy es el coronavirus, mañana seguramente vendrán otros. Inevitables, impredecibles e imparables. Tenemos que ser solidarios procurando que nadie enferme y que todos los enfermos se curen: ricos, pobres, cercanos y lejanos. Si no, los estragos de estos enemigos invisibles serán peores.  

Si los países pobres no tienen cómo combatir a los enemigos invisibles, estos enemigos llegarán, irremediablemente, a los países ricos, una y otra vez. Y si en cualquier país unas personas tienen cómo atender su salud, acceder a médicos, medicamentos y hospitales, pero otros no tienen acceso a un buen sistema de salud pública, éstos estarán propensos a adquirir enfermedades, muchas de ellas contagiosas y mortales, que trasmitirán masivamente en una cadena que llegará hasta cualquiera. Nadie estará seguro. La única forma de defendernos es no buscar solo el bien individual, sino el bien común.

El mundo aprende que lo que le pase “al otro” no debe verse como “asunto del otro”, sino como “asunto nuestro”, porque a todos nos afecta. Estamos todos vinculados, a nivel de personas, grupos sociales y países. Necesitamos ser solidarios y buscar, junto al bien individual, el bien común. La meta se logrará únicamente siguiendo el razonamiento correcto: “Yo estaré bien si todos están bien.”