20200615

Cuál es la mayor pandemia del mundo

Ante la pandemia del coronavirus debemos cuidarnos, pero sin olvidar la mayor pandemia del mundo: ¡El hambre!

Adolfo Miranda Sáenz


Ante la pandemia del coronavirus debemos cuidarnos, pero sin olvidar la mayor pandemia del mundo: ¡El hambre! 1.400 millones de personas (la mitad niños) sufren pobreza extrema y de ellos 900 millones sufren hambre, no tienen agua potable, atención de salud ni reciben la más elemental educación.

Tenemos mucha pobreza en países lejanos, cercanos y en los nuestros. La mitad de toda la riqueza del mundo está concentrada en manos del 1% de la población. Quizá ese 1% sea gente inteligente, capacitada y trabajadora que se merezca tener la riqueza que posee. Pero debemos analizar las razones por qué entre el 99% está diseminada solo la mitad, con 1.400 millones extremadamente pobres.

Hay múltiples causas, pero veamos una de las principales: A grandes sectores de la población durante muchas generaciones no se les ha permitido tener una adecuada alimentación ni acceso a la educación.

Comparemos la población negra de Estados Unidos con la población blanca. Los blancos tienen más riqueza, mejores casas, barrios, escuelas, empleos, negocios, atención médica, etc. ¿Por qué? Porque los blancos han tenido mejores oportunidades ya que recibieron mejor alimentación y educación desde hace muchas generaciones. No solo educación en escuelas, sino también en sus hogares.

¿Tienen la culpa de eso los negros? ¡No! Los antepasados de los negros de Estados Unidos y el Caribe fueron esclavos cazados como animales en África y vendidos a los blancos. Ellos y sus descendientes fueron mal alimentados, azotados, trabajaban de sol a sol, sin salario, sin ninguna clase de derechos y sin recibir educación alguna durante generaciones. Eran considerados animales, como mulas o perros. 

En 1865 les dijeron que eran “libres”, pero no “iguales” a los blancos. Poco mejoró. Trabajaban por sueldos y condiciones miserables. No podían ir a escuelas de blancos, ni a clínicas de blancos, ni a ningún lugar de blancos. En 1964, con la Ley de Derechos Civiles, les dijeron que ya eran “iguales”, ¡pero siguieron sufriendo discriminación!

Algunos abuelos de los negros actuales aprendieron a leer y escribir en maltrechas escuelitas “para negros”, de miserables presupuestos. Los padres tuvieron escuelas algo mejores, pero siempre de pobres condiciones. Muchos todavía hoy estudian con grandes limitaciones. ¿Qué podemos reprocharle o exigirle a esta población negra que por generaciones fue explotada, maltratada, mal alimentada y se le negó la educación necesaria para tener iguales oportunidades que los blancos? (Hay honrosas excepciones.)

Igual pasa con los indígenas y muchos mestizos de Latinoamérica. Durante siglos fueron prácticamente esclavizados, mal alimentados, y se les negó la atención de salud, la educación y las oportunidades que tenían los colonizadores europeos y sus descendientes que hoy forman la élite social y económica. ¿Es culpa de los indios y mestizos no haber recibido las mismas oportunidades de los blancos? ¡No! (Aunque hay admirables excepciones  de indígenas destacados y exitosos, que han triunfado superando condiciones adversas).

Inmensas regiones de Asia y África fueron colonias de las naciones europeas hasta avanzado el siglo XX. Explotaron sus recursos y mano de obra cuasi esclava, negándoles la atención de salud, la alimentación adecuada y la educación. Recientemente los declararon “independientes”, pero las grandes corporaciones trasnacionales continúan extrayendo sus riquezas pagándoles y tratándolos muy mal.

La mala alimentación durante generaciones y la poca educación recibida limita todo en la vida. Incluso, se necesita una buena educación para practicar la democracia, tener buenos gobiernos, evitar la corrupción, tener paz, prosperidad y reducir las migraciones.

Para cambiar esta situación, los países ricos y las personas con mayores bienes —los poseedores del 50% de la riqueza mundial— deben destinar más recursos, los suficientes para que los pobres puedan acceder —todos, en cada país, planificada y ordenadamente— a una buena atención de salud y educación, crear más y mejores empleos que les permitan tener un techo y una vida digna. Es que… ¡es una deuda! Existe una deuda histórica heredada por generaciones, que se debe pagar practicando una mayor justicia social, pero sobre todo invirtiendo fuertemente en educación.