20220621

La inviolable integridad de las personas

La dignidad humana no solo se viola atentando contra la vida, sino también cuando se viola la integridad física, síquica y moral de las personas.

Adolfo Miranda Sáenz

En el comentario anterior nos referimos al respeto a la vida humana. Respetar la vida incluye preservarla, defenderla y protegerla. Esto implica mucho más que no atentar contra la vida de una persona o de evitar que una persona muera. También estamos obligados a evitar que la vida del hombre y la mujer pueda ser dañada, como se daña cuando se atenta contra su integridad. Respetar la vida implica también preservar, defender y proteger su integridad. 
 
Por eso, toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física, síquica y moral; a no ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes; y a la protección de su honor, su vida privada, su imagen y su reputación. La inviolabilidad de la integridad de las personas es un principio que surge del respeto debido a la vida de todo ser humano que está revestido, por la ley natural, de una especial dignidad. La dignidad humana no solo se viola atentando contra la vida, sino también cuando se viola la integridad física, síquica y moral de las personas.
 
Este principio está reconocido en las declaraciones de derechos humanos y ha sido consignado en las constituciones políticas de la mayoría de las naciones. El sagrado principio de respetar la dignidad humana se viola por causarle a un ser humano un daño físico con golpes, heridas, quemaduras, envenenamiento y cualquier otro perjuicio que atente contra su salud y bienestar, incluyendo el contagio voluntario de enfermedades o negarle los alimentos o la atención médica que necesita. 
 
No solo se causa daño mediante acciones; también se causa daño por omisiones. Cuando pudiendo evitar un daño no hacemos lo necesario —que esté a nuestro alcance— por evitarlo, somos culpables del mismo. Una lesión producida a alguien por otro, que pudiendo evitarla no lo hicimos, nos convierte en culpables de la misma. El contagio de una enfermedad por nuestra negligencia, nos convierte en culpables de causarla. Cuando teniendo la posibilidad de hacerlo no contribuimos para ayudar a los hambrientos, desnutridos, enfermos y a quienes no pueden acceder a los medios que toda persona necesita para cubrir sus necesidades básicas —para vivir con dignidad humana—, somos culpables, por omisión, de violar la integridad física de las personas.
 
Además de no violar la integridad física no debe violarse la integridad síquica y la integridad moral. El mal trato dado a una persona puede causarle no solo daños físicos sino también daños sicológicos y morales. Las ofensas, las amenazas, el infundir temor, las burlas y la discriminación —entre otras acciones y omisiones—, causan daños sicológicos. Cuando se levantan acusaciones falsas calumniando a alguien, o se dicen cosas que —aunque fueran ciertas— divulgándolas dañan su honor, su privacidad, su imagen y su reputación, se causa un daño moral que puede conducir a la destrucción de un ser humano, incluso a amenazar su vida o su libertad; así como causar la destrucción de un matrimonio, de una familia, la pérdida de un empleo o la ruina económica de una o varias personas. ¡Qué importante es cuidar nuestra lengua! ¡Cuánto daño podemos causar! Esos daños, tan frecuentes y tan perversos, lamentablemente se multiplican con el mal uso de las redes sociales.
 
Pero el respeto a la integridad física, síquica y moral no debe impedir que los maestros corrijan a sus alumnos, que los padres castiguen a sus hijos mal portados o que la sociedad penalice la delincuencia. Se puede y debe disciplinar a los menores, y dictar penas no infamantes a los delincuentes, respetando siempre sus derechos humanos. Todos, desde las autoridades de las naciones hasta los empleadores, y los esposos y esposas entre sí, debemos respetar la integridad de todo ser humano. Jesucristo nos enseña que nunca debemos causar daño alguno a nadie, ni siquiera a nuestros enemigos (cf. Mateo 5,38-48).

Publicado en el Diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación