20230319

El amor al Prójimo

No podemos amar a Dios a quien no vemos si no amamos al prójimo a quien vemos. Prójimos son todos, incluidos los desconocidos y los enemigos. (La  Biblia)

Adolfo Miranda Sáenz


El amor es parte de la naturaleza de Dios. La Biblia dice que “el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1Juan 4,8). Los seres humanos recibimos de nuestro Creador esa virtud que proviene de él, nos asemeja a él y nos conduce a él, por lo cual los teólogos cristianos la catalogan como una virtud teologal, junto con la fe y la esperanza, pero más importante que éstas, porque la Biblia también enseña que “tres cosas hay: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante de las tres es el amor” (1Corintios 13,13).
 
Dándonos esa capacidad nuestro Creador desde tiempos remotos de la antigüedad nos ha dicho: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6,5); no porque él tenga necesidad de nuestro amor —aunque le agrada— sino porque nos ama y sabe que amándolo cumpliremos sus mandamientos y así nos irá bien en esta vida y en la otra. O sea, por nuestro propio bien, porque cumpliendo los mandamientos de Dios evitamos actuar dañando nuestro bienestar y felicidad.
 
Cuando Dios se hizo hombre en la persona de Jesús nos enseñó que no basta con amar a Dios, diciéndonos: “Hay un segundo mandamiento semejante a éste, que es: Ama al  prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,39). La Biblia afirma que “el que dice que ama a Dios pero no ama al prójimo, es un mentiroso, pues no puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama al prójimo a quien ve” (1Juan 4,20). 
 
Cuando le preguntaron a Jesús quién es nuestro prójimo respondió con la parábola del Buen Samaritano. Los samaritanos y los judíos eran enemigos, pero a un judío desconocido que fue asaltado, herido y tirado en el camino, quien lo socorrió fue un samaritano (cf. Lucas 10,25-37). Jesús aclaró que nuestro prójimo es toda persona, aunque sea un desconocido o un enemigo. Él nos dijo que amemos a nuestros enemigos, pues si solo amamos a quienes nos aman hacemos lo mismo que todo el mundo. Que nosotros —los cristianos— debemos ser diferentes, nosotros debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a quienes nos hagan el mal (cf. Mateo 5,44-47).
 
A veces nos cuesta entender qué significa “no amar”. Decimos: “yo cumplo con el mandamiento de Jesús porque no odio ni le deseo mal a nadie, ni a mi enemigo”. Pero cuando pensamos así estamos equivocados, porque el mandamiento no es “no odiar”, sino “amar”. Nosotros podemos “no odiar” o “no desearle ningún mal” a una persona, pero eso no significa que “la amemos”. Es que lo contrario de amar no es odiar, sino “no amar”. Por eso, amar al prójimo, sea quien sea, significa sentir amor por esa persona, actuar con amor orando por ella, deseando su bien y haciéndole el bien. Incluso, si alguien nos odiara o nos hiciera algún daño, debemos amarlo como nos amamos a nosotros mismos… ¡O no somos cristianos!
 
La palabra “amor” como virtud teologal viene del griego “ágape” que se aplica al amor paternal, filial o fraternal, diferente al “eros” que se refiere al amor conyugal. Ágape se dice en latín “cáritas” y al español se traduce como “amor”, y frecuentemente también como “caridad”. Pero, la virtud del amor es algo mucho más profundo que lo que a veces entendemos mal como “caridad”, reduciéndolo a dar limosnas de lo que nos sobra. No está mal, pero es poco. No debemos reducir “amar” solo a gestos “caritativos”. Amar implica compromisos serios con Dios y el prójimo.
 
Jesús dijo que el amor a Dios y al prójimo es lo más importante y abarca todo lo demás. Al final, es por el amor —no por otras cosas— que Dios va a juzgarnos (cf. Mateo 22,36-40; 25,31-46).

Publicado en el diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación (Managua)