No podemos amar a Dios a quien no vemos si no amamos al prójimo a quien vemos. Prójimos son todos, incluidos los desconocidos y los enemigos. (La Biblia)
Adolfo Miranda Sáenz
El amor es parte de la naturaleza
de Dios. La Biblia dice que “el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios
es amor” (1Juan 4,8). Los seres humanos recibimos de nuestro Creador esa virtud
que proviene de él, nos asemeja a él y nos conduce a él, por lo cual los
teólogos cristianos la catalogan como una virtud teologal, junto con la fe y la
esperanza, pero más importante que éstas, porque la Biblia también enseña que
“tres cosas hay: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante de las
tres es el amor” (1Corintios 13,13).
Dándonos esa capacidad nuestro
Creador desde tiempos remotos de la antigüedad nos ha dicho: Ama al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio
6,5); no porque él tenga necesidad de nuestro amor —aunque le agrada— sino porque
nos ama y sabe que amándolo cumpliremos sus mandamientos y así nos irá bien en
esta vida y en la otra. O sea, por nuestro propio bien, porque cumpliendo los
mandamientos de Dios evitamos actuar dañando nuestro bienestar y felicidad.
Cuando Dios se hizo hombre en la
persona de Jesús nos enseñó que no basta con amar a Dios, diciéndonos: “Hay un
segundo mandamiento semejante a éste, que es: Ama al
prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,39). La
Biblia afirma que “el que dice que ama a Dios pero no ama al prójimo, es un
mentiroso, pues no puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama al prójimo a
quien ve” (1Juan 4,20).
Cuando le preguntaron a Jesús quién
es nuestro prójimo respondió con la parábola del Buen Samaritano. Los
samaritanos y los judíos eran enemigos, pero a un judío desconocido que fue
asaltado, herido y tirado en el camino, quien lo socorrió fue un samaritano
(cf. Lucas 10,25-37). Jesús aclaró que nuestro prójimo es toda persona, aunque
sea un desconocido o un enemigo. Él nos dijo que amemos a nuestros enemigos,
pues si solo amamos a quienes nos aman hacemos lo mismo que todo el mundo. Que
nosotros —los cristianos— debemos ser diferentes, nosotros debemos amar a
nuestros enemigos y hacer el bien a quienes nos hagan el mal (cf. Mateo
5,44-47).
A veces nos cuesta entender qué
significa “no amar”. Decimos: “yo cumplo con el mandamiento de Jesús porque no
odio ni le deseo mal a nadie, ni a mi enemigo”. Pero cuando pensamos así
estamos equivocados, porque el mandamiento no es “no odiar”, sino “amar”.
Nosotros podemos “no odiar” o “no desearle ningún mal” a una persona, pero eso
no significa que “la amemos”. Es que lo contrario de amar no es odiar, sino “no
amar”. Por eso, amar al prójimo, sea quien sea, significa sentir amor por esa
persona, actuar con amor orando por ella, deseando su bien y haciéndole el bien.
Incluso, si alguien nos odiara o nos hiciera algún daño, debemos amarlo como
nos amamos a nosotros mismos… ¡O no somos cristianos!
La palabra “amor” como virtud
teologal viene del griego “ágape” que se aplica al amor paternal, filial o
fraternal, diferente al “eros” que se refiere al amor conyugal. Ágape se dice
en latín “cáritas” y al español se traduce como “amor”, y frecuentemente
también como “caridad”. Pero, la virtud del amor es algo mucho más profundo que
lo que a veces entendemos mal como “caridad”, reduciéndolo a dar limosnas de lo
que nos sobra. No está mal, pero es poco. No debemos reducir “amar” solo a
gestos “caritativos”. Amar implica compromisos serios con Dios y el prójimo.
Jesús dijo que el amor a Dios y
al prójimo es lo más importante y abarca todo lo demás. Al final, es por el
amor —no por otras cosas— que Dios va a juzgarnos (cf. Mateo 22,36-40; 25,31-46).
Publicado en el diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación (Managua)