¿Cuántas formas tiene Dios para hablarnos? Él ha creado infinitos métodos para comunicarse entre los seres vivos. No solo palabras o sonidos. Cuando le hablamos nosotros, nos responde de muchas formas.
Adolfo Miranda Sáenz
¡A mí nunca me ha dicho
nada Dios! ¡No creo que Dios se comunique con la gente! Así me dijo un amigo a
quien respondí haciéndole esta pregunta. ¿Cuántas formas de comunicarse
existen? Y puse algunos ejemplos:
Una muchacha
enamorada de un joven no sabía si era correspondida; pero el joven le dio un
ramo de rosas y entonces ella supo que él también estaba enamorado de ella. Un
niño deseaba una pelota de fútbol pero su papá ganaba poco; un día su papá le dio
la sorpresa llevándole la pelota y el niño comprendió cuánto lo amaba su padre.
Un señor olvidó dejar a su fiel perro con un familiar antes de salir de
vacaciones con su esposa e hijos; pasó muy preocupado por eso, pero al regresar
encontró que un amigo se había encargado de cuidárselo y supo que su amigo era
un amigo de verdad.
Ninguno pronunció una
sola palabra, pero su amor, su cariño y su afecto lo comunicaron de distintas
formas. ¿Cuántas formas tiene Dios para hablarnos? ¡Infinitas! Él lo creó todo:
el lenguaje de los delfines, el lenguaje de los pájaros, el lenguaje de las
abejas, el lenguaje humano… ¡Todos los lenguajes! Él ha creado infinitos métodos para
comunicarse entre los seres vivos. No solo palabras o sonidos.
Las abejas
comunican la dirección donde están las flores para chupar su néctar haciendo
una especie de danza con su vuelo. Varias especies de animales expresan sus
intenciones cambiando el color de su piel. Los seres humanos decimos palabras
directamente, por teléfono o grabadas. Hay un lenguaje por señas. Existe
también el lenguaje corporal. A veces hablamos con solo la mirada. También
existen la escritura, los emails, los chats y un largo etcétera. Hablamos
mediante acciones como el esposo que abraza sorpresivamente a su esposa expresando
así cuánto la ama.
La mente humana es
capaz de hacer llegar el pensamiento de una persona a otra sin emitir sonidos
ni señales evidentes de ningún tipo, por una simple capacidad de percepción. Incluso
se habla haciendo silencio porque a veces se dice mucho cuando no decimos nada.
Si entre nosotros
hay tantas formas de comunicarnos, imaginemos las que tiene Dios que inventó
todos los lenguajes para millones de especies de seres vivos en la naturaleza.
Cada día al
amanecer Dios nos habla dándonos el jardín del mundo, el esplendor del sol, el
canto de las aves. Y por la noche nos habla por medio del brillo de la luna, el
fulgor de las estrellas o la luz de las luciérnagas. Nos da la vida, nos da
padres, hijos, amigos, alimento, abrigo, consuelo, fortaleza, esperanza. Él nos
habla cuando cuida de nosotros y de nuestros seres queridos. Él nos habla con
amor infinito en todo cuanto nos rodea. Dice el Salmo 19: “Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos. Un día le pasa el mensaje
a otro día, una noche le informa a otra noche. Sin que hablen, sin pronunciar
sonidos, sin que se oiga su voz, a toda la tierra alcanza su lenguaje, a los
confines del mundo su palabra.”
Dios nos dio su
palabra escrita, la Biblia; una colección de libros inspirados que fueron escritos
a lo largo de más de 1.300 años entre el primero y el último libro; la Biblia no
tiene comparación en ningún aspecto con ninguna literatura meramente humana por
su única e insuperable unidad armoniosa,
continuidad, concordancia, traducciones, circulación, fidelidad al texto
original, supervivencia, enseñanzas e influencia.
Dios nos habla por
la voz de toda persona que hable sobre su amor y sus propósitos, incluyendo a
los profetas del pueblo de Israel y a los ministros ordenados, personas
consagradas y los laicos de su iglesia. Dios nos habla de diferentes maneras,
como Él quiera hacerlo, no como nosotros queramos. ¡Él es Dios omnipotente!
Cuando le hablamos
nosotros con palabras o con nuestros pensamientos, nos responde de muchas formas,
incluso por medio de otras personas que nos dicen o hacen aquello que a Dios le
hayamos pedido. Puede tardar su respuesta y no siempre —por nuestro bien— será
la que queríamos, pero responde. Incluso, a veces, con su elocuente silencio.