20190410

Cómo podemos combatir la pobreza eficazmente

Adolfo Miranda Sáenz


Cómo quisiéramos vivir en una sociedad sin pobreza. Donde todos tengan un empleo digno, un salario digno y una vida digna. Sin que les falte nada. Donde los empresarios, profesionales, técnicos, comerciantes, artistas, obreros, campesinos... ¡todos! vivamos dignamente.

Combatir la pobreza es una necesidad apremiante cuya importancia reconoce toda persona con sensibilidad humana. El asunto es cómo hacerlo en forma eficaz. Si se sigue el camino del marxismo-leninismo (confiscando capitales, eliminando la propiedad privada de los medios de producción, eliminando el libre mercado, absolutizando la centralización del Estado, etc.) el resultado será siempre un desastre. La historia ha probado que en tales sistemas los pobres se vuelven más pobres, los ciudadanos pierden todas las libertades y se cierran las puertas de la democracia. La llamada por los comunistas “dictadura del proletariado” termina siempre en la “tiranía de una poderosa nomenclatura corrupta”.

Los marxistas-leninistas afirman que la solución está en quitarle a los ricos lo que tienen para dárselo a los pobres (léase, entregárselo al Estado para administrarlo) y repartir la riqueza, como si ésta fuera algo limitado y no algo que puede crecer, se puede crear, aumentar, permitiendo que los que no la tienen puedan llegar a tenerla sin despojar a nadie. Los que no somos marxistas-leninistas (incluyendo a todos los demócratas, sean de derecha como de izquierda: los de la derecha moderada como los conservadores ponderados o los social cristianos, y los de la izquierda moderada y democrática, como los social demócratas o los social liberales, como este servidor), planteamos más bien la justa distribución de los ingresos que produce la riqueza, y no de la riqueza en sí. Pero una justa distribución de los ingresos no puede ser igualitaria, sino equitativa, en base a los méritos, capacidades y justicia social.

El tipo de socialismo comunista (muy diferente al social demócrata o al social liberal) termina con la propiedad privada, con la libertad de empresa y con la libre competencia. Como consecuencia, se produce un estancamiento en la economía (lo que es “de todos” en realidad resulta ser “de ninguno”), la producción baja y la pobreza crece. Se deja de producir nueva riqueza consumiendo la que había, y se termina solo repartiendo pobreza. Esto ya lo comprobó la humanidad en los fracasos soviético, cubano, venezolano, etc.

Por otra parte, existe un tipo de capitalismo —el de los muy conservadores— donde se aplican con frialdad las leyes del mercado, de la oferta y la demanda, sin solidaridad; donde el enriquecimiento no es acompañado de justicia social; donde el Estado no protege a los pobres ni suple las necesidades básicas de sus ciudadanos, que son derechos humanos, como la cobertura universal de salud, la educación gratuita en todos los niveles, la seguridad social, etc.; donde solo los ricos se lucran de los ingresos que produce la riqueza y no benefician con justicia a los pobres, incluyendo a aquellos que con su trabajo participan en la generación de dichos ingresos. Este tipo de capitalismo, como expresó San Juan Pablo II, es un “capitalismo salvaje”, inhumano. La Iglesia, así como condena al comunismo, condena también al “capitalismo salvaje”.   

Sin pretender sustituir las opciones políticas, sino iluminar desde el Evangelio a los políticos, gobernantes y ciudadanos, la Iglesia enseña una doctrina social que se preocupa por los pobres respetando la vía del capitalismo pero con justicia social, promoviendo el derecho a la propiedad privada de los medios de producción y la libertad de empresa, sin condenar la acumulación de riqueza por medios honestos; pero llamando a practicar una justa distribución de los ingresos que las riquezas producen, mediante salarios justos y dignos, beneficios sociales e impuestos apropiados que permitan al Estado garantizar que se suplan las necesidades básicas de todos y principalmente invertir en la educación, clave para el desarrollo de un país.

De acuerdo al Evangelio de Jesús la Iglesia nos enseña el “principio de solidaridad” junto con el “principio del destino universal de los bienes”, que nos recuerda que Dios destinó todos los bienes de la creación para el uso y disfrute de todos los hombres y mujeres sin excepción; y que somos “administradores” de lo que Dios nos confía, que bien podemos usarlo y disfrutarlo, pero también haciendo que cumpla una función social y cuidando no dañar el medio ambiente. Esto producirá nuevas inversiones que generen nueva riqueza y nuevos empleos justamente remunerados y con beneficios sociales. Así como, solidariamente, con los impuestos y otras aportaciones, contribuir a que todos, especialmente los pobres, puedan ser satisfechos en sus derechos humanos sociales y económicos básicos.

Pero, combatir eficazmente la pobreza es posible solo si hay un clima de estabilidad política y social, en verdadera democracia, en un Estado de Derecho donde la ley se respete y se cumpla, donde los ciudadanos elijan libremente sus autoridades, donde haya alternabilidad en los gobiernos, división de Poderes del Estado, plena libertad y respeto a los derechos humanos. Sin exclusiones, con reglas claras y con honestidad. La inestabilidad social y política, la represión, siembran temor y desconfianza, no favorecen nunca la inversión ni la generación de empleos, impidiendo que los pobres salgan de la pobreza.