20240314

La humildad

Un sabio, un genio, puede y debe estar consciente de sus atributos y ponerlos al servicio del bien. Pero debe ser humilde y reconocer que por muy sabio que sea, su sabiduría es limitada. No lo sabe todo.

Adolfo Miranda Sáenz


Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, “la humildad es la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Por lo tanto, una persona humilde reconoce que tiene limitaciones y debilidades, y se comporta de acuerdo a esa conciencia de ser una persona imperfecta, porque sabe y comprende que es alguien limitado y débil.

Esto no quiere decir que una persona humilde no pueda ser un sabio, muy inteligente y con amplios conocimientos, ni que una persona así no sepa o no reconozca sus capacidades. Ni que una persona humilde no pueda tener una gran fortaleza física o mental, una gran fuerza de voluntad, una fortaleza grande para enfrentar la vida y resolver situaciones difíciles y adversarios.

Un sabio, un genio, puede y debe estar consciente de sus atributos y ponerlos al servicio del bien. Pero debe ser humilde y reconocer que por muy sabio que sea, su sabiduría es limitada. No lo sabe todo. Un gran médico puede ser totalmente ignorante en materia de música. Un gran escritor puede ser un ignorante en matemáticas. Un gran ingeniero no puede saber nada sobre los negocios. Un gran artista puede desconocer todo sobre las leyes.

Curiosamente, la vida nos enseña que las personas más valiosas, más inteligentes, sabias y geniales son, generalmente, las más humildes. No andan por la vida presumiendo. Más bien, aquellos que son presumidos, vanidosos, engreídos, no son en realidad tan geniales como ellos creen y presumen tanto.

Sobre las debilidades sabemos por la historia de personajes muy poderosos, hábiles y valientes generales, combatientes aguerridos vencedores de muchas batallas, pero que ante situaciones afectivas y conflictivas de su vida privada se derrumbaron y lloraron lágrimas amargas. Las fuerzas les fallaron, flaquearon ante una traición, se derrumbaron ante la muerte de un ser querido, no supieron cómo enfrentar y resolver conflictos familiares o sociales, o ante la derrota no supieron comportarse con dignidad. No tenían fortaleza de carácter o de espíritu.  

Generalmente, los que realmente son los mejores, cada cual, en su campo, saben reconocer sus propias limitaciones y debilidades. Saben ser humildes, y su humildad los hace más sabios y más fuertes.

Miguel de Cervantes dice en su obra “El Coloquio de los Perros” que “la humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea”.

El Papa Francisco enseña que “la humildad salva al hombre, la soberbia lo pierde. La clave está en el corazón: el del humilde está abierto y sabe arrepentirse; el del soberbio es arrogante y cerrado.”

La humildad nos invita a dialogar y no a discutir o querer imponer nuestra opinión. Cuando escuchamos más y hablamos menos se desarrolla la empatía y no nos frustramos si hay opiniones contrarias a las nuestras, porque entendemos que todos tenemos derecho a tener nuestro propio punto de vista. 

Esa actitud humilde no sólo influye positivamente en las amistades o en la familia, con los hijos, sino que también las parejas compuestas por personas humildes resuelven mejor los conflictos, se perdonan con más facilidad y se sienten más satisfechas.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que la humildad es la base de la oración, porque, como escribió San Pablo, “nosotros no sabemos pedir como conviene”. Por eso, la humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: “el hombre es un mendigo de Dios”, decía San Agustín, refiriéndose a que cuando oramos para pedir algo estamos rogando a Dios reconociéndonos necesitados de Él.

Jesús en el Sermón de la Montaña dijo: “Bienaventurados los humildes porque ellos heredarán la tierra”. Como decimos en el Credo, “creemos en la vida del mundo futuro”, donde Jesús hará nuevas todas las cosas. Nuevos cielos y nueva tierra, en la que los humildes serán los herederos.