20180321

¿Por qué existen la maldad, el sufrimiento y la muerte?

Adolfo Miranda Sáenz


Después de millones de años ni la ciencia ni la filosofía han podido encontrar una respuesta sobre el por qué de la existencia de la maldad, el sufrimiento y la muerte.  Hay teorías científicas, pero no pasan de ser teorías. Hay razonamientos filosóficos, pero ninguno llega a conclusiones definitivas. Tampoco la religión tiene una respuesta suficiente para solo la lógica humana. La pregunta de que, si Dios existe y es bueno, por qué creó o permite la maldad, el sufrimiento y la muerte, sigue sin respuesta para la sola razón. Es un misterio. Reconocerlo no es un triunfo de la ciencia sobre la religión, pues tampoco la ciencia tiene las respuestas. Ni es un triunfo del ateísmo sobre los creyentes, pues negar a Dios no resuelve esos interrogantes, ni otros tan importantes como: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Para que existo? ¿A dónde voy? ¿Qué sentido tiene mi vida?  Los cristianos encontramos respuesta en nuestra fe, que no es la fe en una religión, doctrina o filosofía, ni en las enseñanzas de un difunto gran maestro.
Tenemos fe en una persona viva que normalmente no vemos pero que podemos conocer, con la que en algún momento tenemos un primer encuentro, a veces desde niños y no recordamos cuándo; o bien de adultos; y posiblemente también hemos tenido alejamientos y reencuentros. Una persona que nos convence y atrae, nos da confianza y certeza, nos llena de alegría y de paz. Creemos en la persona de Jesús, quien nos ama y a quien amamos.

Él nos dijo que es Dios, que antes de él nada existía y que creó todas las cosas; que nos creó por amor y para vivir felices toda la eternidad, sin maldad, sin sufrimiento ni muerte; pero que nos creó libres, y usando nuestra libertad pecamos -que es no hacer el bien- y como consecuencia existe en el mundo la maldad, el sufrimiento y la muerte. Que hasta la naturaleza misma está trastornada y “gime con dolores de parto”. Que por eso él se hizo hombre para vivir, sufrir y morir igual que nosotros, para redimir a la humanidad de sus pecados y vencer al sufrimiento y la muerte. Que igual que nosotros la maldad la sufrió en carne propia, que sufrió hasta llorar, y que también sudó sangre; que murió crucificado, pero resucitó como resucitaremos nosotros para vivir una vida eterna de felicidad inmensa sin sufrimiento alguno junto a él, en “un nuevo cielo y una nueva tierra” donde “no habrá más llanto ni dolor ni clamor”. ¿Nos parece lógico? ¿Es un razonamiento convincente? Suena razonable... quizá es razonable, pero... ¡Hummm! ¡No lo es de manera contundente y absoluta para nuestra mente! Nos quedan muchísimos interrogantes; siempre podemos preguntarnos: ¿y por qué lo hizo así y no de otra manera? No lo sabemos, pero lo creemos; aceptamos lo que nos dice porque confiamos en él y lo creemos porque le creemos a él. Esa es nuestra fe. Para quien solo ve esto con la razón es una locura. Aunque miles de millones de personas, incluyendo gente muy inteligente y muy preparada intelectual y culturalmente han creído y creen en Jesús. Ninguno por razonamientos lógicos, sino porque lo han encontrado con el corazón.

Pero… ¿Existe realmente Jesús? ¿No es un mito? Hoy la ciencia histórica no tiene dudas al respecto; la existencia histórica de Jesús está probada aparte de toda consideración religiosa. ¿Es Dios? Él lo dijo claramente. ¿Estaba loco? No encontramos en su vida y enseñanzas las anormalidades y desequilibrio de los dementes. Su sensatez y compostura son incompatibles con la esquizofrenia. Él predicó las enseñanzas más profundas y bellas de la historia. Su inmensa sabiduría al hablar y actuar no indican paranoia alguna, sino que denotan una mente extraordinariamente lúcida. ¿Era un embustero? Habría sido estúpido dejarse crucificar por una mentira. Además, el perfil de Jesús, con su carácter tan noble y puro, tan lleno de amor y misericordia, no coincide con el de un burdo impostor. ¿Fue tan solo un gran maestro? ¡Él afirmó claramente ser Dios! Si no lo fuera, sería un loco o un embustero, y ya vimos que no lo es. ¿Está vivo? No sería Dios si no hubiese resucitado, y muchos murieron martirizados por decir que lo vieron vivo después de que murió en la Cruz. Podemos saber quién es y cómo es Jesús leyendo la Biblia, especialmente los Evangelios. Pero lo más importante es que millones afirmamos haberlo encontrado y aunque no lo hemos visto, escuchado o tocado con los sentidos limitados de nuestra corporalidad material, lo hemos sentido, lo hemos percibido y hemos establecido una relación personal con él.

Por supuesto que entre razón y fe no hay contradicción, pues uno puede llegar a conocer a Dios por medio de la razón. A mí la razón me conduce a Dios, y aceptar como Palabra de Dios a la Biblia no va contra mis razonamientos; igualmente, aceptar a Jesús como Dios y mi Señor, me parece razonable, lógico, igual que creer en su Iglesia. Los ateos y agnósticos lo son por su lógica, porque les parece lo más razonable; a mí me parece más lógico y razonable creer. Pero eso no significa que mi mente tenga todas las respuestas, ni que la sola razón me baste para no tener interrogantes. Después de leer la Biblia, especialmente los Evangelios, he podido conocer a Jesús y tener con él una relación de persona a persona; y a él le creo, él me convence. Tengo fe en Jesús. Sigo sin tener todas las respuestas, pero no me preocupan, quizá Dios a propósito y por algo que no sé, no quiere que las tenga. Aunque estoy absolutamente seguro de que cuando lo vea cara a cara comprenderé todo claramente, porque él es, como dijo, “el camino, la verdad y la vida”. 

Pero no se puede encontrar a Jesús intelectualmente sino con el corazón. Algunos quieren encontrar un Jesús de cuentos de hadas, que sea como un “genio de la lámpara” que les conceda sus deseos o utilice “poderes mágicos” para hacer que les vaya bien en la vida; entonces no buscan a Jesús sino a un mago que les sirva y complazca sus deseos, y ese Jesús no existe. Pero quienes busquen a Jesús con el corazón, no por interés, sino reconociendo que él es el Señor (y no al revés), lo encontrarán y tendrán una relación con él de amor verdadero; tendrán una fe que los acompañará a vivir felices aún en medio de tanta maldad, sufrimiento y muerte, y tendrán la esperanza de los cristianos que es la certeza de una vida de dicha y de gozo para toda la eternidad. En resumen, ser “creyente” es tener una relación personal con Jesús, una relación de fe, esperanza y amor. Viéndolo así, uno sabe que ¡Jesús es la respuesta! ¡Es lo que necesitamos! ¡Jesús basta!

Publicado en El Nuevo Diario y Radio 800 (Nicaragua), y Radio Managua (Costa Rica).
Autorizada la reproducción citando al autor.