Dios creó todos los lenguajes: el lenguaje de los delfines, de los pájaros, de las abejas, de los humanos. ¿Acaso nos habla? ¿En qué lenguaje?
Adolfo Miranda Sáenz
Ninguno pronunció una sola palabra, pero su amor y su amistad
quedaron muy claros. Ellos “hablaron” de otra forma. ¿Cuántas formas tiene Dios
para hablarnos? ¡Infinitas! Él creó todos los lenguajes: el lenguaje de los
delfines, de los pájaros, de las abejas, de los humanos. Lenguajes con sonidos
o con señales. Hay quienes aceptan sin problemas que la mente humana es capaz
de hacer llegar el pensamiento de una persona a otra sin sonidos ni señales,
pero no aceptan que Dios todopoderoso se comunique con nosotros en el silencio
de una oración, en la lectura de su Palabra, en su Iglesia, o mediante algún
suceso, objetos o personas.
Cada día al amanecer Dios nos habla dándonos más que un ramo
de rosas; nos da el jardín del mundo, el esplendor del sol, el canto de las
aves. Y por la noche nos habla por medio del brillo de la luna, la inmensidad
de las estrellas o el canto de cigarras, mirlos o cenzontles. Más que una
pelota de fútbol nos da la vida, nos da padres, hijos, amigos, alimento,
consuelo, fortaleza, esperanza. Más que cuidar del perro del vecino él cuida de
nosotros y de nuestros seres queridos. Él nos habla con amor infinito en todo
cuanto nos rodea. Dice el Salmo 19: “Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento la obra de sus
manos. Un día le pasa el mensaje a otro día, una noche le informa a otra noche.
Sin que hablen, sin que pronuncien palabras, sin que se oiga, a toda la tierra
alcanza su voz, a los confines del mundo su lenguaje.”
Dios nos dice: “Llámame y te responderé” (Je 33,3). Cuando le
hablamos con palabras o pensamientos, siempre nos responde; aunque a veces no
nos guste la respuesta. Si un niño pequeñito quiere tocar una llama brillante y
bonita su papá le va a decir ¡no! Aunque el niño no lo entienda, llore y se
resienta: ¿por qué mi papá no me deja tocar eso tan bonito y brillante? Pero su
papá sabe que se quemaría. Dios sabe más que nosotros lo que nos conviene y
cuándo, aunque no siempre tengamos respuestas a tantos “por qué” que nos
preguntamos.
También Dios quiere que colaboremos, que pongamos de nuestra
parte. Un buen padre ayuda, pero no le hace toda la tarea a sus hijos. Quizá
Dios decida que aún no es tiempo para saberlo todo o que no es el momento para
obtener lo que estamos deseando. Con su silencio nos responde: ¡No! O quizá:
¡Todavía no! Nuestros pensamientos, nuestros deseos o nuestro tiempo no siempre
son los de Dios. (cf. Is 55,8-9). Pero, todo lo que sucede o deja de suceder
por algo será, porque nada sucede sin su permiso. (cf. Mt 10,29-31).
Dios permite —no lo
manda— el sufrimiento y la muerte, porque son parte de esta vida. Hay misterios
que no podemos comprender; pero sabemos que nos tiene preparada una vida
definitiva donde “Dios limpiará toda lágrima de los ojos, y la muerte no será
más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor; las cosas anteriores habrán
pasado” (Ap 21,4). Mientras tanto, Dios nos promete ser “nuestra ayuda segura
en momentos de angustia” (Sl 46,1).