Poco se conoce del genocidio ejecutado por Leopoldo II de Bélgica contra al menos diez millones de personas.
Adolfo Miranda Sáenz
Todos conocemos el genocidio ejecutado
por Hitler contra seis millones de judíos, incluyendo los horrores vividos en los
campos de concentración; pero poco se conoce del genocidio ejecutado por
Leopoldo II de Bélgica contra al menos diez millones de personas en el Congo y las
atrocidades cometidas en aquel país convertido en un inmenso campo de
concentración. La causa del desconocimiento es que esas víctimas no fueron judíos
(que son los verdaderos zares de la banca mundial), sino que fueron negros.
En la Conferencia de Berlín de
1884 se inició la repartición de África entre las potencias europeas, como
quienes se reparten un pastel para no pelear entre ellos. Se adueñaron del
continente africano: Inglaterra (Reino Unido), Francia, Alemania, Italia,
Bélgica, Portugal y España. Después de muchas décadas de saqueo de sus riquezas
y esclavitud de los africanos, entre 1950 y 1960 decidieron darle
“independencia” a muchas naciones africanas, pero dejándolas arruinadas, con
sus pueblos empobrecidos e ignorantes.
No construyeron ninguna infraestructura
para mejorar la vida de los africanos y ni siquiera los alfabetizaron. Pongo
entre comillas “independencia” porque las grandes empresas europeas (y ahora
también estadounidenses) siguen explotando África, manteniendo y sobornando
gobiernos corruptos que les permiten sacar sus riquezas pagando sueldos
miserables en condiciones de trabajo infrahumanas.
El peor caso es el del Congo,
pues el rey Leopoldo II de Bélgica (1835-1909) llegó al colmo de declararse
como único dueño (a título personal), fundador y soberano del país, amasando para
él (ni siquiera para Bélgica) una gran fortuna, explotando los abundantes recursos
naturales del Congo —caucho, marfil, diamantes y otras piedras preciosas— utilizando a los
congoleses como mano de obra forzada y esclavizada. Después de que John Dunlop
inventara los neumáticos de caucho, la demanda mundial del mismo fue inmensa para
la industria automovilística y de bicicletas, de lo que Leopoldo II se
benefició con el sudor y sangre de los congoleses.
Este genocida, peor que Hitler,
impuso altas cuotas de producción de caucho en el Congo, y obligó a la
población nativa a cumplirlas con métodos esclavistas y la más cruda violencia.
Para aumentar el ritmo de producción, sus agentes en el bautizado por Leopoldo
II como “Estado Independiente del Congo” —¡qué cinismo!— endurecían cada vez
más los métodos de presión sobre los trabajadores para aumentar la producción
al máximo, castigando con la muerte o la mutilación a los que no cumplieran sus
altas cuotas, sin exceptuar de tales trabajos forzados a niños y ancianos.
El historiador inglés Adam
Rothschild, basándose en investigaciones del antropólogo belga Jan Vansina, calcula
en unos diez millones de nativos los asesinados con crueldad, estimando que de
1885 a 1908 la población congolesa quedó reducida a la mitad por los
asesinatos, el hambre, el agotamiento y las enfermedades sin atender. El
historiador congolés Ndaywel Nziem calcula en 13 millones los muertos. Posteriormente,
en 1908, el Estado belga se hizo cargo del Congo, aunque poco cambiaron las
condiciones para los nativos. La colonización de África por Europa, como la
explotación que hoy continúan realizando las empresas trasnacionales, es cruel.
Pero ninguna iguala la crueldad de Leopoldo II. Un agente de Leopoldo II
conocido como “El Capitán Rom”, tenía su casa congolesa cercada por calaveras
de nativos colocadas en estacas, y sirvió de referencia a Mario Vargas Llosa
para el personaje de una de sus novelas.
Europa se queja de la inmigración de africanos,
pero éstos se quedarían en sus países si
les pagaran precios justos por las inmensas riquezas extraídas y salarios justos
por su trabajo, y si además invirtieran en educación, infraestructura y apoyo a
gobiernos africanos honestos. Sería justo que los europeos devolvieran a África
parte de lo que le han saqueado durante tanto tiempo de explotación y crueldad,
lo cual contribuyó al desarrollo y el bienestar del que hoy disfrutan los
europeos.
Publicado en el Diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación (Managua)