Por qué la importancia de la resurrección de Jesucristo y cómo sabemos que fue cierto, además de nuestra fe.
Adolfo Miranda Sáenz
El suceso más importante y
trascendental de la historia no fue el nacimiento de Jesús ni su muerte en la
Cruz. Por supuesto que fue trascendental que el Dios Eterno y Todopoderoso,
creador del inmenso Universo y todo cuanto existe, quisiera nacer humildemente
como un ser humano en nuestro diminuto planeta, es un suceso realmente
maravilloso. También fue importantísimo que Jesús diera su vida muriendo en la
Cruz para que los pecados de toda la humanidad existente antes y después de su
sacrificio, pudieran ser perdonados. Pero el suceso más importante y
trascendental de la historia fue la Resurrección de Jesucristo como hombre
verdadero y Dios verdadero para el resto de la eternidad.
Si la naturaleza humana de Jesús (aparte
de su naturaleza divina) no hubiera resucitado, su misión hubiera sido un
fracaso y todos estaríamos condenados a la muerte eterna por causa de los
pecados. Jesús venció al pecado y la muerte con su muerte y resurrección. Él
dijo: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque muera,
vivirá.” (Juan 11,25). Por eso San Pablo escribió: "Si Cristo no hubiera resucitado
nuestra predicación sería inútil y la fe de ustedes no tendría sentido”
(1Corintios 5,14).
Las autoridades judías —el rey
Herodes, miembros del Sanedrín, Los Sumos Sacerdotes Caifás y su suegro Anás—
estaban temerosos de la resurrección de Jesús pues eso demostraría que su predicación
era verdadera, que sus numerosos milagros fueron reales y no trucos, que su
afirmación de que era Dios —el Hijo de Dios Padre— quedaría comprobada, y que
sin duda era el Mesías que vino a sellar una Nueva Alianza con el nuevo Pueblo
de Dios, dejándolos a ellos despojados de su autoridad y poder. Su ambición y
orgullo los cegaban y les impidió creer en Cristo, pero pensaban que los
discípulos podían robar el cuerpo para fingir una resurrección y se aseguraron
de pedirle al representante del Imperio Romano, el procurador Poncio Pilatos,
que pusiera soldados a vigilar el Santo Sepulcro.
Pero Jesús resucitó. Había
muerto, sin duda. Su cuerpo estaba muerto y bien muerto, después de semejante
suplicio: azotes, corona de espinas, cruz a cuesta, clavado de pies y manos,
angustiosa agonía y finalmente traspasado por una lanza. Había muerto y fue
sepultado. Al tercer día Jesucristo resucitó (murió el viernes, permaneció su
cuerpo en la tumba el sábado y resucitó el domingo).
¿Robarían el cuerpo sus discípulos
para fingir una resurrección? ¿Inventarían una resurrección falsa? En el
momento de la muerte de Jesús los discípulos se dispersaron; muchos consideraron
que su Maestro había fracasado o era un falso Mesías y dieron el asunto por cerrado. Se fueron a
sus casas y a sus pueblos, tristes, decepcionados y con sensación de derrota. Los
principales entre los discípulos, los apóstoles, también se encerraron con
miedo a que las autoridades judías o romanas los apresaran o mataran. Pero
pronto vemos a estas personas proclamar unánimes, entusiasmados y con gran
valor, que Jesús está vivo; dispuestos a sufrir el despojo de todas sus
pertenencias, cárcel, torturas y muerte, para ellos y sus familias enteras.
¿Qué pudo haber producido un cambio tan radical? ¿Por qué los primeros
cristianos iban a someterse a torturas y muerte por afirmar la resurrección de
Cristo si no estuvieran absolutamente seguros de esto? No tendría sentido dar
la vida por una mentira ni defender un mito que les costaría su vida y la de sus
hijos sin ganar nada por eso. ¡Lo habían visto y tocado, habían hablado y
departido con él después de su resurrección!
El hecho histórico mejor testimoniado de la
historia humana es la Resurrección de Jesús, pues muchos cristianos que lo
vieron resucitado lo testimoniaron con sus vidas, y su testimonio y martirio fue
tan impresionante que mereció ser creído por millares, al punto de también
morir por ello. ¡Jesucristo Resucitó! ¡Aleluya!
Publicado en el Diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación