Cuando los retos en la vida son difíciles y complejos se necesitan soluciones buenas y rápidas; la paciencia, ¿retrasa las soluciones o evita cometer errores y encontrar soluciones acertadas?
Adolfo Miranda Sáenz
Nunca antes la civilización
humana ha sido más impaciente que ahora. Algunos consideran la paciencia como
una virtud admirable y útil, mientras otros la ven como un defecto que evita
ser más productivos en nuestra sociedad moderna donde la tecnología avanza
rápidamente, el mundo se mueve a gran velocidad y se aprecian las soluciones y
respuestas rápidas. Aunque basta con una objetiva mirada al mundo moderno para
darnos cuenta de que el aumento del estrés y las numerosas enfermedades
vinculadas al mismo nos pasan la cuenta por la falta de paciencia y por la vertiginosa velocidad en la que hoy vivimos
corriendo.
La experiencia ha enseñado a la
humanidad, en todas las épocas y circunstancias, que la paciencia es necesaria.
Es la virtud que permite soportar contratiempos y dificultades para conseguir
algo. Es también uno de los rasgos de la personalidad prudente, y se nos
manifiesta como la cualidad de quienes saben sufrir y tolerar las
contrariedades y adversidades inevitables con fortaleza y sin lamentarse. Es un
mecanismo para poder soportar cuando las cosas se nos vienen en sentido
negativo.
En cuanto a la productividad, hay
que decir que, tanto en la vida personal como en la familia, en el mundo
empresarial o en la sociedad política, cuando los retos son difíciles y
complejos, y se dificulta encontrar soluciones, la falta de paciencia conduce a
decisiones precipitadas y falsas soluciones a los problemas importantes. Porque
la ausencia de reflexión a la hora de tomar decisiones nos lleva al error y a
la imprudente conducta de actuar sin ponderar los inconvenientes, los pros y
los contras.
Las soluciones poco meditadas
ante los acontecimientos aseguran el fracaso de las mismas. Quienes desean dar
una respuesta rápida a un problema con tal de “quitárselo de encima” solo
agravan la situación, sin darse cuenta de que la solución debe ser la acertada;
es decir, real, viable y efectiva, no la primera que nos venga a la cabeza.
Es en esta forma de actuar con
rapidez y precipitación, así como en la falta de paciencia al afrontar los
proyectos, donde radican muchos de los fracasos individuales y colectivos en la
sociedad moderna. Y es que mucha gente se ha acostumbrado a vivir de prisa y a
vivir con prisas, como si tuviéramos que hacer las cosas por hacerlas, sin
darnos cuenta de que lo que tenemos que hacer es hacerlas bien.
Contra esta forma de actuar surge
la paciencia que también implica perseverancia: esperar el tiempo que sea necesario
para lograr algo, nos cueste el tiempo que sea. Quienes no tienen paciencia y
la rechazan no logran detectar las posibles variantes y soluciones que se nos
presentan ante cada situación, porque gracias a la prisa de su inmediatez
pierden la capacidad de análisis reflexivo y visión amplia para considerar que
no solo hay una respuesta ante cada situación, sino varias y diferentes, y se
debe escoger la opción más adecuada en el abanico de opciones que, a pesar de
estar frente a ellas, no logran ver.
La Biblia, en la Carta de San
Pablo a los Gálatas, enseña que la paciencia es un fruto del Espíritu Santo junto
con los frutos del amor, gozo, paz, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y
moderación. El apóstol Santiago nos dice que seamos pacientes como el campesino
que espera pacientemente que pase la temporada de lluvias para recoger su
cosecha. En su Segunda Carta San Pedro expresa que la paciencia no solo es humana,
sino un atributo de Dios, quien nos trata con paciencia para nuestra
salvación.
Santa Teresa de Jesús ha expresado muy bien que “la
paciencia todo lo alcanza,” en su bello poema que dice: “Nada te turbe,/ nada
te espante,/ todo se pasa,/ Dios no se muda./ La paciencia/ todo lo alcanza./
Quien a Dios tiene/ nada le falta./ Sólo Dios basta.”
Publicado en el Diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación (Managua)