Adolfo Miranda Sáenz
La fe es creer o aceptar como
cierto algo que no es evidente. La palabra fe proviene del latín fides, que
significa confiar o creer, de donde vienen también las palabras “fiarse” y
“fidelidad”. Fe es aceptar la palabra de otro confiando que es honesto y que su
palabra es veraz. Toda fe se basa en la confianza que nos merece otro al que le
reconocemos el derecho de ser creído porque aceptamos que tiene conocimiento
sobre lo que dice y tiene una integridad que no engaña.
Existe una “fe humana” cuando se
cree a un ser humano, y existe una “fe divina” cuando es Dios a quien se cree. Cuando
creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa
Iglesia nos enseña, tenemos la virtud teologal de la fe, que es la fe
cristiana.
A Dios le debemos fe absoluta
porque Él tiene absoluto conocimiento y es absolutamente veraz. Esta fe, más
que creer en algo que no vemos, es creer en alguien que se nos presenta. La fe
divina es una virtud teologal y procede de un don de Dios que nos capacita para
reconocer que es Dios quien habla en las Sagradas Escrituras, en la Iglesia y
en nuestras conciencias. Quien tiene fe sabe que por encima de toda duda y
preocupaciones de este mundo las enseñanzas de la fe son las enseñanzas de Dios
y por lo tanto son ciertas y buenas.
Por la fe nos entregamos entera y
libremente a Dios, y nos esforzamos por conocer y hacer su voluntad. La fe
personal en Jesucristo es aceptar su vida, su testimonio y sus enseñanzas hasta
entregarnos totalmente a su divina persona. No solo es reconocer que existe y
vive entre nosotros tan realmente como cuando vivió en Palestina; ni tampoco
una adhesión de sólo el entendimiento a las verdades del Evangelio, sino
también de nuestro corazón. Es el compromiso de nuestra propia persona con la
persona de Cristo en una relación de intimidad que lleva consigo exigencias a
las que jamás otra cosa será capaz de llevarnos.
Para que se dé una fe cristiana auténtica
y madura hay que pasar del frío concepto al calor de la amistad y del decidido
compromiso. Por eso, una fe así en Jesucristo nos da fuerza y eficacia a una
vida cristiana plenamente comprometida.
Lo esencial de la fe es aceptar
una verdad por la autoridad de Dios que la ha revelado. El que para creer que
Jesucristo está en la eucaristía exige una demostración científica, no tiene fe
en la eucaristía. Lo único que sí es razonable es buscar las garantías que nos
lleven a aceptar que realmente esa verdad ha sido revelada por Dios, lo cual
conocemos por su palabra escrita, la Biblia, la enseñanza de los apóstoles o
tradición apostólica, y la voz de Dios en nuestro ser interior.
Nuestra fe tiene la asistencia
especial del Espíritu Santo. La fe sobrenatural nos da la suprema de las certezas,
que no se basa en el entendimiento humano, ni en la veracidad humana, sino en
la sabiduría y la veracidad de Dios. Porque creemos en Cristo, confiamos en su
palabra. Aceptamos a Cristo como norma suprema, y todo lo valoramos como lo
valora Él.
Nuestros hechos, nuestras obras,
nuestro comportamiento, expresan el nivel de nuestra fe. Tener fe cristiana
implica un estilo de vida, un modo de ser. No es posible aceptar el plan que
quiere Jesús para nuestra vida si no seguimos a Jesús como verdaderos discípulos,
escuchando sus palabras y poniéndolas en práctica, comportándonos como Él. Los verdaderos
discípulos de Jesús quieren parecerse a Él, se esfuerzan en pensar como Él,
haciendo las cosas que le gustan a Él. Desean obrar bien, ayudar a los demás, perdonar,
ser generosos y amar a todos.
Publicado en el diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación (Managua)