La verdadera paz sólo puede alcanzarse cuando construimos un orden social basado en compromisos conseguidos mediante el diálogo. Deben sustituirse los sentimientos de odio por la voluntad de perdonarse mutuamente.
Adolfo Miranda Sáenz
En 1914, durante la Primera
Guerra Mundial, se libraban feroces
combates entre tropas francesas y alemanas en el frente belga-francés, ambos
ejércitos disparando desde sus trincheras. El 24 de diciembre, víspera de
Navidad, al iniciar “la Noche Buena” los soldados alemanes de repente colocaron
árboles iluminados en los parapetos de las trincheras y gritaron en francés lo
que podemos traducir como “¡yo no disparar, tu no disparar” y los franceses
inmediatamente se les unieron en la histórica “Tregua de Navidad” de la Primera
Guerra Mundial. De las trincheras alemanas se escucharon saludos de “Feliz
Navidad” en francés, y de las francesas el mismo saludo en alemán.
Según la información registrada
por “The National Geographic History Magazine”, aquella Navidad los soldados se
visitaron mutuamente yendo sin armas a las trincheras de los otros y
compartieron regalos de lo que les enviaron sus familiares: café, chocolates,
algo de comer… intercambiaron botones de sus uniformes y se tomaron fotos
abrazados con las gorras y cascos de sus “enemigos”. Después de recoger los
heridos y ayudarse a enterrar a los muertos, el 25 jugaron partidos de fútbol
en los campos entre las trincheras.
A pesar de la furiosa reacción de
sus altos mandos y exponiéndose a fuertes castigos disciplinarios, los soldados
alemanes y franceses espontáneamente cesaron sus hostilidades, aunque fuera por
una noche y un día, para conmemorar que había nacido el Niño Dios que vino al
mundo a traernos sus preciosos dones entre los cuales está el precioso don de
la paz. Aquella Navidad fue posible la paz entre soldados que combatían una
guerra.
Nadie quería seguir con la
guerra, asegura el historiador estadounidense Stanley Weintraub. Pero los
superiores sí, y amenazaron con declarar traidor a quien desobedeciese. Aquella
guerra produjo 9 millones de soldados y 7 millones de civiles muertos durante
los combates. Además, 6 millones de personas murieron por culpa del hambre, las
enfermedades y la falta de recursos derivados de la guerra. Hubo más de 20
millones de heridos. Tanto en los países vencedores como en los vencidos, las
ciudades quedaron destruidas por las bombas; las fábricas y los campos de
cultivo quedaron arrasados. La guerra fue muy costosa para algunos países que
quedaron arruinados y tardaron décadas para recuperar su economía. Terribles han
sido la Segunda Guerra Mundial, las guerras de Corea, Vietnam, Israelí-Palestina,
Irak, Libia, Afganistán, Siria, Ucrania y tantas otras, y las guerras y violencia
interna sufrida en tantos países.
Aunque dos mil años después del
nacimiento de Jesús siguen las guerras y situaciones de violencia en las
naciones y el mundo, los que en sus manos tienen el poder, igual que los que
quieren obtenerlo, pueden abrir sus corazones a Jesús, Príncipe de Paz, y
podrían, como pudieron aquellos soldados alemanes y franceses, en lugar de usar
la violencia usar sus capacidades para construir la paz.
El Papa Francisco ha dicho
reiteradamente que la Paz no solo es ausencia de guerra. Paz es respetar los
derechos de toda persona, sin excepción; es igualdad, justicia social y
convivencia sin pobreza, racismo, xenofobia, intolerancia, “fake news”,
migrantes desprotegidos y refugiados rechazados. Deben sustituirse los
sentimientos de odio por la voluntad de perdonarse mutuamente, como ha
destacado el Papa Francisco. ¡Existe demasiado odio en el mundo! No debe
alimentarse el odio. A veces se quiere aniquilar al adversario, sin esforzarse
por convivir juntos.
La verdadera paz sólo puede alcanzarse
cuando construimos un orden social basado en compromisos conseguidos mediante
el diálogo; en ceder cada parte algo para lograr un bien superior y convivir en
fraternidad y justicia para todos, sin confundir justicia con venganza o revanchismo.
No es verdadera una “paz circunstancial” que es muy frágil, quizá temporal, no permanente
y duradera mediante una convivencia aceptada por todos, según nos enseña el
Papa Francisco, conforme el evangelio que nos enseña Jesús: de perdón,
misericordia y amor.
Publicado en el Diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación