En el Año Nuevo esperamos que las cosas van a cambiar y serán mejores. ¿Por qué será que para algunos todo vuelve a obscurecerse? ¿Por qué las luces de la esperanza se apagan? ¿Por qué nuestros buenos propósitos van desapareciendo conforme pasan los meses?
Adolfo Miranda Sáenz

Cuando llegamos al final de un año y esperamos el
Año Nuevo, generalmente tenemos el sentimiento de que las cosas van a cambiar y
serán mejores. Que se cumplirán nuestros deseos de amor, salud, bienestar, prosperidad
y paz. Pero no todos lo logran. ¿Por qué será que para algunos todo vuelve a
obscurecerse? ¿Por qué las luces de la esperanza se apagan? ¿Por qué nuestros
buenos propósitos van desapareciendo conforme pasan los meses?
Quizá no siempre nuestros propósitos sean lo
suficiente firmes para durarnos; quizá no hacemos las cosas necesarias para
cumplirlos; quizá no nos empeñamos en ser todo lo mejor que nos propusimos;
quizá “el espíritu de Navidad” —que recién pasamos— sea ahogado por “el
espíritu de la mundanalidad” y olvidemos los buenos deseos y propósitos debido
a la feroz competencia y al egoísmo en que a veces vivimos. Puede ser que afloren
los odios y los rencores, y volvamos a desenvainar las espadas para
confrontamos unos con otros, talvez en el seno de nuestra misma familia, o con
nuestros vecinos, en el trabajo, en los estudios, en los negocios o en la vida política.
Como cristiano siento que aunque en Navidad
recordamos el nacimiento de Jesús, Jesús no nace realmente en todos los corazones.
Pronto lo olvidamos. Lo expulsamos de nuestras vidas. No permanece con
nosotros, y ese vacío de Jesucristo se convierte cada año en un torbellino que
se lleva el amor, la esperanza y la paz. Todos queremos ser mejores, pero no todos
lo logramos. Revisamos nuestros planes, nuestros errores, las áreas que hay que
mejorar, los problemas por resolver, los muros por derrumbar. Queremos ser
mejores padres, mejores hijos, mejores esposos, mejores amigos, mejores estudiantes,
mejores en nuestro trabajo, mejores seres humanos, mejores ciudadanos, mejores
funcionarios, mejores políticos y mejores cristianos. Nos proponemos cada año
ser una persona nueva y muchos volvemos a ser la misma persona vieja.
¡Es que no podemos cambiar! Es verdad. Yo no
puedo, usted no puede, nadie puede solo —por sí mismo— cambiar sus defectos, corregir
sus errores ni resolver sus problemas. Nuestras fuerzas, intelecto, tiempo,
capacidades no son suficientes. ¡Dependemos de Dios para lograrlo! Cuando
reconocemos que no somos capaces de lograrlo contando solo con nuestra propia
capacidad humana; cuando nos despojamos del orgullo, de la soberbia, de la
autosuficiencia, de la vanidad, de creernos capaces de todo, y postrados ante Dios reconocemos humildemente nuestra impotencia
y ponemos nuestra confianza en él, entonces sí podemos hacerlo todo. ¡Porque
con Dios nada es imposible!
Tenemos muchas cosas que cambiar, que mejorar, que
superar a nivel personal, familiar y social. Pero también tenemos un país, una
nación, una patria que debemos mejorar. Vivimos en un país que ha sufrido mucho
durante toda nuestra historia de terremotos, erupciones, huracanes y —sobre
todo— guerras y conflictos políticos. Nuestra historia está marcada por el odio
entre hermanos nicaragüenses. ¡Demasiado odio! Desde antes de la Independencia
de España vivimos en permanentes conflictos: independentistas contra realistas,
democráticos contra legitimistas, liberales contra conservadores, zelayistas
contra antizelayistas, chamorristas contra antichamorristas, somocistas contra
antisomocistas, sandinistas contra antisandinistas. Y llegamos al nuevo año sin
ver el sol claro después de más de 200 años. ¡Por Dios! ¿Qué nos pasa?
Pidamos sinceramente a Dios que en el Año Nuevo
calme las tempestades en nuestros corazones y traiga sensatez a nuestras mentes
quitándonos los sentimientos de ambición, odio y venganza, dándonos en cambio sentimientos
de compasión y perdón. Que todos, gobernantes y gobernados, ricos y pobres,
poderosos y débiles, vivamos obedeciendo la Ley de Dios y podamos encontrar —cediendo
todos una parte— cómo poder disminuir nuestros conflictos por graves o enormes
que sean, para salvar el futuro de Nicaragua y convivir en paz respetándonos
mutuamente, como hermanos nicaragüenses. Por supuesto que esto parece
imposible. Es verdad; para nosotros es imposible. Pero, ¡para Dios todo es
posible!
Publicado en el Diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación (Managua)