20211227

Qué esperar en el Año Nuevo

En el Año Nuevo esperamos que las cosas van a cambiar y serán mejores. ¿Por qué será que para algunos todo vuelve a obscurecerse? ¿Por qué las luces de la esperanza se apagan? ¿Por qué nuestros buenos propósitos van desapareciendo conforme pasan los meses? 

Adolfo Miranda Sáenz


Cuando llegamos al final de un año y esperamos el Año Nuevo, generalmente tenemos el sentimiento de que las cosas van a cambiar y serán mejores. Que se cumplirán nuestros deseos de amor, salud, bienestar, prosperidad y paz. Pero no todos lo logran. ¿Por qué será que para algunos todo vuelve a obscurecerse? ¿Por qué las luces de la esperanza se apagan? ¿Por qué nuestros buenos propósitos van desapareciendo conforme pasan los meses?
 
Quizá no siempre nuestros propósitos sean lo suficiente firmes para durarnos; quizá no hacemos las cosas necesarias para cumplirlos; quizá no nos empeñamos en ser todo lo mejor que nos propusimos; quizá “el espíritu de Navidad” —que recién pasamos— sea ahogado por “el espíritu de la mundanalidad” y olvidemos los buenos deseos y propósitos debido a la feroz competencia y al egoísmo en que a veces vivimos. Puede ser que afloren los odios y los rencores, y volvamos a desenvainar las espadas para confrontamos unos con otros, talvez en el seno de nuestra misma familia, o con nuestros vecinos, en el trabajo, en los estudios, en los negocios o en la vida política.

Como cristiano siento que aunque en Navidad recordamos el nacimiento de Jesús, Jesús no nace realmente en todos los corazones. Pronto lo olvidamos. Lo expulsamos de nuestras vidas. No permanece con nosotros, y ese vacío de Jesucristo se convierte cada año en un torbellino que se lleva el amor, la esperanza y la paz. Todos queremos ser mejores, pero no todos lo logramos. Revisamos nuestros planes, nuestros errores, las áreas que hay que mejorar, los problemas por resolver, los muros por derrumbar. Queremos ser mejores padres, mejores hijos, mejores esposos, mejores amigos, mejores estudiantes, mejores en nuestro trabajo, mejores seres humanos, mejores ciudadanos, mejores funcionarios, mejores políticos y mejores cristianos. Nos proponemos cada año ser una persona nueva y muchos volvemos a ser la misma persona vieja.
 
¡Es que no podemos cambiar! Es verdad. Yo no puedo, usted no puede, nadie puede solo —por sí mismo— cambiar sus defectos, corregir sus errores ni resolver sus problemas. Nuestras fuerzas, intelecto, tiempo, capacidades no son suficientes. ¡Dependemos de Dios para lograrlo! Cuando reconocemos que no somos capaces de lograrlo contando solo con nuestra propia capacidad humana; cuando nos despojamos del orgullo, de la soberbia, de la autosuficiencia, de la vanidad, de creernos capaces de todo, y postrados  ante Dios reconocemos humildemente nuestra impotencia y ponemos nuestra confianza en él, entonces sí podemos hacerlo todo. ¡Porque con Dios nada es imposible!
 
Tenemos muchas cosas que cambiar, que mejorar, que superar a nivel personal, familiar y social. Pero también tenemos un país, una nación, una patria que debemos mejorar. Vivimos en un país que ha sufrido mucho durante toda nuestra historia de terremotos, erupciones, huracanes y —sobre todo— guerras y conflictos políticos. Nuestra historia está marcada por el odio entre hermanos nicaragüenses. ¡Demasiado odio! Desde antes de la Independencia de España vivimos en permanentes conflictos: independentistas contra realistas, democráticos contra legitimistas, liberales contra conservadores, zelayistas contra antizelayistas, chamorristas contra antichamorristas, somocistas contra antisomocistas, sandinistas contra antisandinistas. Y llegamos al nuevo año sin ver el sol claro después de más de 200 años. ¡Por Dios! ¿Qué nos pasa?
 
Pidamos sinceramente a Dios que en el Año Nuevo calme las tempestades en nuestros corazones y traiga sensatez a nuestras mentes quitándonos los sentimientos de ambición, odio y venganza, dándonos en cambio sentimientos de compasión y perdón. Que todos, gobernantes y gobernados, ricos y pobres, poderosos y débiles, vivamos obedeciendo la Ley de Dios y podamos encontrar —cediendo todos una parte— cómo poder disminuir nuestros conflictos por graves o enormes que sean, para salvar el futuro de Nicaragua y convivir en paz respetándonos mutuamente, como hermanos nicaragüenses. Por supuesto que esto parece imposible. Es verdad; para nosotros es imposible. Pero, ¡para Dios todo es posible! 

Publicado en el Diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación (Managua)