La dignidad humana no es posible sin la libertad. La ley natural es imperativa al concebir al ser humano con la dignidad de ser persona libre.
Adolfo Miranda Sáenz
En nuestros comentarios sobre
principios y valores hemos analizado reiteradamente cómo la ley natural otorga
al ser humano una especial dignidad por sobre todas las criaturas de la Tierra.
El primer gran principio social es la dignidad de la persona humana. De éste
surgen la gran mayoría de los demás principios necesarios para la convivencia
social, como el respeto a la vida, la inviolabilidad de la integridad de las
personas, la igualdad en dignidad y derechos, la libertad humana y otros que
iremos comentando. Los creyentes afirmamos que Dios nos revistió de dignidad al
crearnos a su imagen y semejanza (cf. Génesis 1,26).
La dignidad humana no es posible
sin la libertad. La ley natural es imperativa al concebir al ser humano con la
dignidad de ser persona libre. La libertad es una consecuencia natural de ser
creados a imagen y semejanza de Dios, que “desde el principio nos creó libres
de tomar nuestras decisiones” (Eclesiástico 15,14). La dignidad humana requiere,
por tanto, que cada persona actúe según su conciencia y libre elección, es
decir, movido e inducido por su convicción interna personal y no bajo la
presión de algún ciego impulso interior o por cualquier coacción externa.
El ser humano, por ley natural, quiere —y debe— formar y guiar su vida
personal y social con su libre iniciativa, asumiendo personalmente su
responsabilidad. La libertad le permite incidir adecuadamente sobre el estado
de las cosas, determinar su crecimiento como persona y construir el orden
social. Pero esa libertad no es ilimitada: la persona humana está llamada a
cumplir la ley natural, que es lo mismo que la ley moral que Dios ha puesto en
todos los corazones (cf. Romanos 2,14-16) y que, además, nos ha querido
revelar. Por ejemplo, ningún ser humano es libre para matar a otro ser humano.
Las personas podemos actuar sin violar la ley natural gracias al juicio que
hace la conciencia humana.
La conciencia juzga entre el bien
y el mal indicándonos si nuestras acciones y omisiones están o no conforme a la
verdad. El juicio de nuestra conciencia nos impulsa a hacer libremente el bien
y evitar el mal al indicarnos actuar según la verdad. Cuando en el ejercicio de
la libertad una persona actúa según la verdad realiza actos moralmente buenos
para sí mismo y para la sociedad. Cuando, al contrario, una persona se aparta
de la verdad o pretende crear “su propia verdad”, ejerce su libertad contra la
ley natural y hace el mal que destruye su auténtica libertad, se destruye a sí
mismo y destruye a otros dañando a toda la sociedad. Esto sucede cuando cada
cual decide ser el dueño de “su verdad” o considera que hay diferentes
“verdades relativas” violando la ley natural que no puede reconocer más que una
sola verdad, pues si algo es verdad todo lo que lo niegue o contradiga no puede
serlo también. La verdad solo es una. Jesús dijo: “Conocerán la verdad y la
verdad los hará libres” (Juan 8,31).
La libertad puede resultar
restringida o suprimida por diversas causas. Una persona no debe pretender
ejercer su libertad para ir contra la ley natural o las leyes consensuadas por
la sociedad; o si es menor de edad o tiene afectada su capacidad de razonar.
También la libertad es restringida por amenazas, por tener necesidades extremas
o apremiantes, por el cumplimiento de una pena justa o por injusticias del
orden social, económico, laboral o familiar.
El “Compendio de Doctrina Social
de la Iglesia” en el No. 137 expresa: “La liberación de las injusticias
promueve la dignidad humana y la libertad; no obstante, ante todo, hay que
recurrir a la capacidad espiritual y moral de las personas y a la llamada
permanente a la conversión interior, si se quieren obtener verdaderos cambios
económicos y sociales que estén al servicio de las personas”.
Publicado en el Diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación (Managua)