20220803

¿Las riquezas son malas?

Hemos comentado sobre la doctrina social de la Iglesia y las riquezas. Es necesario hacernos ahora una pregunta directa: ¿Las riquezas son malas? La respuesta es: depende. 

Adolfo Miranda Sáenz


Jesús dijo que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos” (Mateo 19,23-26). El Apóstol Santiago escribió en su epístola: “¡Oigan esto, ustedes los ricos! ¡Lloren y griten por las desgracias que van a sufrir! Sus riquezas están podridas; sus ropas, comidas por la polilla. Su oro y su plata se han enmohecido y ese moho será una prueba contra ustedes y los destruirá como fuego” (Santiago 5,1-3).
 
¡Son textos muy duros! Pero, debemos analizar ambos textos completos y otros textos bíblicos, para ver con claridad cuál es el mensaje que Dios nos quiere dar. Jesús dijo que es “difícil” salvarse para un rico; no dijo que fuera “imposible”. El Evangelio afirma que lo que parece imposible, es posible para Dios.
 
El texto de Santiago explica cuáles riquezas son las que están podridas y cuáles son los ricos que serían destruidos, cuando afirma: “El pago que no les dieron a los hombres que trabajaron en su cosecha, está clamando contra ustedes; y el Señor Todopoderoso ha oído el reclamo de esos trabajadores”. “Ustedes han condenado y matado a los inocentes sin que ellos opusieran resistencia” (Santiago 5,4-6).
 
Dios nos dice que es difícil que los ricos se salven, pero no imposible; y que las riquezas obtenidas con deshonestidad, injusticias, explotación, maldad… O sea, las riquezas mal habidas, son malas, y los que así se enriquecen se condenan.
 
Muchos otros pasajes bíblicos lo reafirman; por ejemplo: La parábola del pobre Lázaro y del rico que llamamos Epulón (Lucas 16,19-31); las condenas a los que acaparan bienes excluyendo a otros (Isaías 5,8-9); contra los que no pagan salario justo, las ganancias mal habidas, la opresión y la explotación (Jeremías 22,13-17); sobre la opresión y humillación de los pobres, la injusticia contra los humildes y la corrupción (Amós 2,6-8; 4,1-4).
 
Como todo, la riqueza es mala cuando es mal adquirida y también si se usa mal aunque haya sido bien adquirida. ¿Cómo usar bien las riquezas? Algunas personas dicen: “Yo hago con lo mío lo que quiero y no tengo por qué darle algo a nadie si no quiero”. También dicen: “Mi dinero es mío y sólo es cosa mía lo que hago con él”. ¡Eso no es cierto! Todo lo que existe —incluyendo nuestra vida misma— es de Dios. Las riquezas en última instancia provienen de Dios. Somos únicamente “administradores” de esta creación. ¡Y rendiremos cuentas a Dios! La Biblia dice: “Al Señor tu Dios le pertenecen el Cielo, la Tierra y todo lo que hay en ella” (Deuteronomio 10,14).
 
No es malo disfrutar de las riquezas bien obtenidas, pero la palabra clave es “moderación”: lo necesario y razonable, sin derroche. Aquí está “lo difícil” para la salvación de los ricos, como dijo Jesús, porque es una fuerte tentación idolatrar el dinero asumiendo que tener riquezas es el primer principio y el principal valor en la vida. Así pueden caer en lo contrario a la “moderación” cometiendo “pecados capitales” como la soberbia (que implica altivez, ostentación, vanidad y exhibicionismo), la lujuria (en cuanto lujos exagerados) o la avaricia.
 
San Pablo en su primera epístola a Timoteo dice: “Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen errores fatales que los precipitan al desastre y condenación. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males, y por eso algunos perdieron la fe y se ocasionaron terribles sufrimientos (1Timoteo 6,9-10). Y agrega: “A los ricos de este mundo, recomiéndales que no sean orgullosos. Que no pongan su confianza en la inseguridad de las riquezas, sino en Dios, que nos provee de todas las cosas en abundancia a fin de que las disfrutemos” (1Timoteo 6,17).
 
También Jesús nos dice que seremos juzgados por cómo ayudemos al prójimo según nuestros recursos, interesándonos porque coman los que pasan hambre, que tengan agua los que no acceden al agua potable, sean alojados los migrantes rechazados, obtengan bienes los que no tienen ni para vestirse, sean atendidos los enfermos, los que sufren cárcel… En fin, los pobres y necesitados. Porque lo que hagamos por ellos lo hacemos por Jesús. Si no lo hacemos, no tendremos lugar en el Reino de los Cielos. ¡Esto lo dejó Jesús muy claro! (cf. Mateo 25:35-40).
 
Las riquezas pueden ser buenas o malas. Todo depende del amor. Quien ama a Dios tiene que amar al prójimo. Lo contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia. ¡Si un rico ama al prójimo y se preocupa por los pobres y necesitados, utilizará, no las migajas sobrantes, sino buena parte de sus bienes para atender las necesidades del prójimo.
 
No se trata de caer en el asistencialismo paternalista. No es malo hacer caridades, pero es mejor crear fuentes de empleos dignos o proporcionar herramientas para que los pobres salgan de su pobreza con su trabajo dignamente y los necesitados puedan resolver sus necesidades. San Juan XXIII dijo: “Quien da un pescado da de comer un día, quien enseña a pescar da de comer toda la vida”.  No se debe olvidar la necesidad de aportar a la atención social por vía del Estado (por ejemplo, por medio del pago justo de los impuestos) para atender las necesidades básicas de todos, como la salud y la educación.