Nunca te preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti.
Adolfo Miranda Sáenz
Ernest Hemingway, periodista y escritor estadounidense
(Premio Nobel de Literatura 1954), publicó en 1940 su novela “Por quién doblan
las campanas”. Hoy pocos están familiarizados con el sonido o tañido de las
campanas que muchas personas antes escuchábamos con frecuencia directamente del
campanario. Recuerdo el tañido solemne
de las campanas de la Iglesia Catedral de mi natal Granada, que se escuchaba
por toda la ciudad, todavía en la década de los 70, la última en que viví junto
al imponente Mombacho y la brisa del Cocibolca.
Las campanas de las iglesias expresan cosas
diferentes según sean tocadas. Una forma es “tocar a rebato”, que es un toque
rápido y continuo para expresar alarma; en una época fue importante pues
alertaba a todo el pueblo sobre ataques, incendios, inundaciones, etc. El más
frecuente es “el repique”, tocado con cierto compás alegre para llamar a misa o
a la oración; al iniciar o finalizar una procesión o para expresar alegría. Y existe
también “el doblar” de las campanas: un tañido lento y espaciado, triste, para
anunciar una muerte o un funeral.
Ernest Hemingway tituló “Por quién doblan las
campanas” a su novela escrita originalmente en inglés después de haber participado
en la Guerra Civil Española (1936-1939) como corresponsal de guerra, pudiendo experimentar
los horrores que en toda guerra se dan.
Impactado por aquel drama que vivió, Hemingway escribió
su novela teniendo por escenario aquella guerra; en ella, él se hace
representar por el protagonista: un estadounidense a quien llama Robert Jordan,
profesor de español y oriundo de Montana, que lucha como especialista en
explosivos en uno de los bandos. A Robert le encargan la destrucción de un
puente, vital para evitar la contraofensiva del bando contrario, logrando
llegar con muchas dificultades a la zona
indicada, situada detrás de las líneas enemigas. Allí conoce a María, una bella
joven de la que se enamora, y a Pilar, una mujer ruda pero valiente, que ayuda
a Robert tanto en la misión del puente como en sus sentimientos por María.
Antes del día del ataque, en que Robert debe volar
el puente, descubre el amor y la importancia de la vida. Pero también entiende
que seguramente morirá y no podrá ir a Madrid con María, como él querría. Finalmente
muere después de volar el puente. El libro finaliza cuando Robert Jordan yace
moribundo sintiendo el latir de su corazón contra el suelo cubierto de agujas
de pino, de la España que aprendió a querer.
“Por quién doblan las campanas” recoge el
sufrimiento que se experimenta en las guerras donde tantos mueren, reflexionando
en que somos parte de una misma raza humana, de un mismo ser colectivo
constituido por amigos o enemigos. Cuando alguien deja este mundo, es una parte
que se desmorona del todo que conforma la humanidad. De ahí las palabras
citadas en el libro: “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy
ligado a la humanidad, por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas:
doblan por ti”.
Hemingway tomó esa cita de una serie de
meditaciones del poeta inglés John Donne, publicadas en 1624. El párrafo completo del texto de Donne dice: “Nadie
es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una
parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la
tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a
la humanidad; por consiguiente, nunca te preguntes por quién doblan las
campanas: doblan por ti.”
Muchos seres humanos, hermanos nuestros, mueren
cada día por diferentes causas: odio, ambición, guerras, terrorismo, enfermedades,
pandemias, hambre… En Siria, en Afganistán, en Palestina, en Somalia, en China,
en España, en Inglaterra, en Rusia, en Estados Unidos, en Ecuador, en Costa
Rica, en Nicaragua… Nunca te preguntes por quién doblan las campanas: doblan
por ti.