Los monarcas absolutos eran “machos alfa” de los pueblos sometidos como manadas. Los reyes podían ser sabios y valientes o idiotas y cobardes. Su poder estaba en las riquezas o en las armas.
Adolfo Miranda Sáenz
Desde la autoridad impuesta por la fuerza y el
miedo de un “macho alfa” a un colectivo humano que actúa como manada, siguiendo
instintos animales similares a los chimpancés, lobos o leones, hasta las formas
más civilizadas de las democracias modernas, la historia ha visto pasar diferentes
tipos de gobiernos: patriarcas, chamanes, caciques, reyes, emperadores, zares, caudillos,
dictadores y demócratas. El sistema de gobierno que más se impuso durante
milenios de historia, antes de que el pensamiento humano evolucionara hasta
llegar a la democracia, fue la monarquía (del griego “monos”: uno; y “arkhein”:
mandar, gobernar; “gobierno de uno solo”).
Las primeras monarquías surgieron cuando la
humanidad, debido a la agricultura, transformó a muchas tribus nómadas en
sedentarias. Los monarcas absolutos son manifestaciones del instinto animal que
produce manadas y “machos alfa” entre los pueblos. Los reyes, como los jefes
tribales, pueden ser sabios y valientes o idiotas y cobardes, porque su poder
está en las riquezas o en la fuerza de las armas. Los primeros reinos de los
que se tiene registro provienen de las culturas sumeria y egipcia, alrededor
del año 3.000 a. C. Consistían en gobiernos religiosos, en los que la figura
del rey podía ser al mismo tiempo dios, sacerdote o caudillo militar. Se trata
del gobierno de una sola persona, sin que exista ningún tipo de división de
poderes. El rey ejerce su voluntad de manera indiscutible; su voluntad es la
ley. La mayoría de estas monarquías eran hereditarias, pasando de padres a
hijos.
A lo largo de la Antigüedad los reyes proliferaron
y pronto lucharon entre sí, convirtiendo a los vencedores en grandes emperadores.
El mayor de los imperios antiguos en Occidente fue el Imperio Romano. La
monarquía romana se estableció el año 27 a. C., y llegó a dominar todo el Mar
Mediterráneo y grandes territorios alrededor del mismo en Europa, África y
Medio Oriente, todo sometido a la voluntad de un emperador. Este imperio fue
decreciendo desde las invasiones bárbaras hasta su final en el 476 d. C. Tuvo
su continuidad en el Imperio Bizantino, que cayó el año 1453 d. C. ante el
Imperio Otomano (turco).
El Mundo Antiguo tuvo también otras formas de
monarquías absolutas e imperiales, como las dinastías chinas, el Imperio Japonés,
el Imperio Mongol, el Imperio Aqueménida (antiguo Imperio Persa fundado por
Ciro el Grande que dominó los territorios de los hoy Irán, Irak, Turkmenistán,
Afganistán, Uzbekistán, Turquía, Rusia, Chipre, Siria, Líbano, Israel,
Palestina, Grecia y Egipto), el imperio de Alejandro Magno cuya continuación
fue el Imperio Seléucida (de cultura griega, ubicado en Oriente Próximo y que
incluía Anatolia —hoy parte de Turquía—, Persia —actual Irán—, Mesopotamia —las
actuales Palestina, Israel, Jordania, Líbano, Siria, Irak—, Turkmenistán, las
montañas de Pamir y algunas zonas de Pakistán.
En Occidente hubo otros reinos e imperios, de los
que menciono algunos, como el Sacro Imperio Romano Germánico, que duró desde el
962 (Edad Media) hasta 1806 (Edad Moderna) incorporando en el mundo cristiano
el concepto de “reinar por Derecho Divino”. El Imperio Español fue iniciado por
los Reyes Católicos, Fernando e Isabel; conquistó la mayor parte de América y
duró hasta perder sus últimas colonias en 1898. Otro grande fue el Imperio Francés
de Napoleón Bonaparte, de 1804 hasta su derrota en Waterloo en 1815. El mayor
imperio de la historia fue el Imperio Británico, que con la Reina Victoria
(1837-1901) llegó a dominar alrededor de 1/4 de la población mundial y el 40%
de la superficie del planeta, incluyendo lugares inmensos como Canadá,
Australia, India, gran parte de África y Medio Oriente.
Varias de las monarquías europeas que una vez
concentraron todo el poder en una sola persona que gobernaba de forma vitalicia
y absoluta, evolucionaron dando paso a la nueva civilización democrática,
convirtiéndose en “monarquías constitucionales” con gobiernos parlamentaristas
ejemplos de democracia, como España.