Se necesita fortaleza tanto para vencer el mal como para hacer el bien. Una virtud que nos permita resistir y vencer los obstáculos que nos impiden hacer lo bueno y superar las atracciones de lo malo.
Adolfo Miranda Sáenz
¿Cuál es el propósito de nuestra
vida? Santo Tomás de Aquino nos ayuda a entenderlo explicándonos cómo toda
nuestra existencia está orientada a alcanzar el Bien Supremo, que es Dios; por
eso estamos llamados a hacer el bien e impedir el mal. Nuestra vida ha de ser
una búsqueda constante del bien. Debemos procurar hacer el bien, construir el
bien, lograr el bien común. Para eso necesitamos las virtudes cardinales (fundamentales):
prudencia, justicia, fortaleza y templanza (moderación). Hemos tratado sobre la
prudencia y la moderación. Hoy abordaré la fortaleza.
Se necesita fortaleza tanto para
vencer el mal como para hacer el bien. Necesitamos una virtud que nos permita
resistir y vencer los obstáculos que nos impiden hacer lo bueno; y también para
tener la capacidad de impulsarnos a realizar el bien que queremos lograr. Para
afrontar los peligros y soportar las adversidades. Fortaleza para vencer el mal
que nos impide actuar bien y fortaleza para tener la suficiente fuerza para
lograr hacerlo. Eso es la virtud de la fortaleza, que implica no solo ser de
espíritu fuerte sino también ser valiente.
Muestra fortaleza quien arriesga su
propia vida por salvar a alguno que está a punto de ahogarse, o también quien corre
riesgos para prestar ayuda en los desastres naturales: terremotos, huracanes, incendios,
inundaciones, etc. Así como aquellos que prestan sus servicios a los enfermos
en medio de una contagiosa epidemia. Pero pensemos con admiración también en
los que escalan las cimas del Everest y en los astronautas que han puesto los
pies en la luna. Las manifestaciones de la virtud de la fortaleza son
abundantes. Algunas son muy conocidas y gozan de cierta fama. Otras son más
ignoradas, aunque a veces exigen mayor virtud.
Pensemos por ejemplo en la
fortaleza de una mujer, madre de familia ya numerosa, a la que muchos
“aconsejan” que elimine la vida nueva concebida en su seno y se someta a un
aborto, y ella responde con firmeza: “¡No!” Ciertamente que cae en la cuenta de
toda la dificultad que este “no” implica: dificultad para ella, para su esposo,
para toda la familia; y sin embargo, responde “no”. La nueva vida humana
iniciada en ella es un valor demasiado grande y sagrado para que pueda ceder
ante las presiones.
Pensemos en un hombre al que se le
ofrece mucho dinero y hasta un buen futuro garantizado económicamente, con la
condición de que reniegue de sus principios y haga algo contra la honestidad. Y
también éste contesta “no”, incluso a pesar de las amenazas por una parte y los
halagos por otra. ¡He aquí un hombre valiente! ¡Eso es tener fortaleza!
Muchas, muchísimas son las
manifestaciones de fortaleza, heroicas con frecuencia, de las que no se publican
en los medios y poco se sabe. Sólo la conciencia humana las conoce... y ¡Dios
lo sabe! La virtud de la fortaleza requiere siempre una cierta superación de la
debilidad humana y, sobre todo, del temor. Porque el ser humano teme por
naturaleza espontáneamente el peligro, los disgustos, el dolor y los sufrimientos.
Pero encontramos personas valientes en las salas de los hospitales postrados
con fortaleza en el lecho del dolor.
Son valientes los capaces de
traspasar la barrera de sentir vergüenza por dar testimonio de sus principios cristianos, negándose
a hacer el mal, a veces presentado atractivamente. Para lograr tal fortaleza la
persona debe superar sus temores corriendo el riesgo de ser mal visto, de
exponerse a burlas y a otras consecuencias indeseables.
El Evangelio va dirigido a personas frágiles,
pobres, mansas, humildes, hacedores de paz, misericordiosos; y al mismo tiempo,
contiene un llamado constante a la fortaleza. Con frecuencia repite: “No tengan
miedo” (Mateo 14,27). Nos enseña que es necesario comprometernos para procurar
el Sumo Bien por amor a Dios y a nuestro prójimo, con creatividad, constancia,
empeñando todas nuestras fuerzas. (cf. Juan 15,13).
Publicado en el Diario La Prensa y transmitido por Radio Corporación (Managua)