20210105

¿Código de conducta o religión de amor?

Algunos se asustan porque hoy la Iglesia es más abierta, comprensiva y amorosa. A veces confunden como relativismo y laxitud el responder con misericordia a las realidades que viven muchas personas. 
 
Adolfo Miranda Sáenz


 
Algunos dirán que ser cristiano es aceptar las doctrinas que enseña la Iglesia y cumplir con los preceptos establecidos. Eso ciertamente procuramos hacer los cristianos, pero no es lo fundamental. Ser cristiano no es cumplir con “un código de conducta”. Se pueden creer todas las doctrinas y cumplir todos los preceptos, pero eso no hace a un verdadero cristiano. Cumplir los preceptos caracterizaba a los fariseos y Jesús los llamó “hipócritas” y “sepulcros blanqueados” (Mateo 23,27).
 
Lo fundamental es tener a Jesucristo en nuestros corazones. Quien ama a Jesús querrá conocerlo cada vez más, seguir su doctrina trasmitida por su Iglesia, estudiar su Palabra, recibir los sacramentos, cumplir con su mandamiento que los resume todos: amar a Dios y al prójimo.
 
El cristiano actúa por amor, no por interés en que le vaya bien en esta vida o por una recompensa en la otra; y menos por miedo al castigo de la muerte eterna. A veces se ve el cristianismo como “un código de conducta” y no como “una religión de amor”, y a nuestra Iglesia Católica como quien vigila si cumplimos con los preceptos, y no como madre solícita dispuesta a abrazarnos, sanarnos y alentarnos. La Iglesia es una madre dispuesta a enseñarnos amorosamente, ayudarnos, consolarnos, animarnos y acompañarnos. No dispuesta a castigarnos ni condenarnos.
 
En las difíciles situaciones que viven las diferentes personas, la Iglesia está para comprenderlas e integrarlas a todas, evitando imponerles cargas, normas, requisitos, condiciones… cosas que no son las que más importan y por las que muchos se sienten rechazados, excluidos y abandonados por esa madre que está llamada a acercarles la misericordia de Dios. No olvidemos que la Iglesia está formada por pecadores, no por santos. Por enfermos que necesitan ser curados. Por caídos que necesitan ayuda para levantarse. ¡Todos somos la Iglesia y todos somos pecadores!
 
Hay que dejar espacio a la conciencia de las personas, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus limitaciones. Como Iglesia estamos llamados a formar las conciencias, pero no a sustituirlas. Hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su situación particular.
 
Algunos se asustan porque hoy la Iglesia es más abierta, comprensiva y amorosa. A veces confunden como relativismo y laxitud el responder con misericordia a las realidades que viven muchas personas. Se asustan de los cambios necesarios que se hacen para ser más fieles al Evangelio. Pero nuestra Iglesia Católica ha cambiado siempre a la luz de los nuevos conocimientos científicos sobre física, biología, medicina, sicología, sociología, etc. Cambios que conservan intactas nuestras verdades fundamentales. Los dogmas y otras importantes verdades no cambian, pero podemos encontrar nuevos ángulos en ellas.  “La verdad sigue siendo verdad siempre. Pero sí pueden surgir nuevas perspectivas que den una nueva luz.” (Cardenal Joseph Ratzinger, después Benedicto XVI: La Sal de la Tierra). Además, según su conexión con el fundamento de la fe, existe una “jerarquía de las verdades” (Catecismo 90).
 
No olvidemos que en otros tiempos en la Iglesia se llegó a condenar la teoría de la evolución, se procesó a Galileo por afirmar que la tierra se movía y se aprobaron la esclavitud y la pena de muerte. Las misas eran en latín y los laicos no estudiaban ni leían la Biblia. ¡Pero todo eso cambió! San Juan XXIII en 1962 dijo que la Iglesia necesitaba un “aggiornamento” (puesta al día) y “abrir las ventanas para que entrara aire fresco”, y convocó al Concilio Ecuménico Vaticano II que hizo transitar a la Iglesia de algunas concepciones medievales al mundo moderno.
 
Con ese espíritu vivamos nuestro cristianismo, no como los escrupulosos fariseos sino con misericordia y apertura a un permanente “aggiornamento”.